Desierto cuaresmal 2020
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TEMAS
LA BOMBA Y EL VIRUS
Se fue acumulando el poder destructor.
Se privilegió la destrucción inmediata. La de la explosión que despedaza todo. Se llegó hasta la dinamita y luego hasta la explosión atómica y la bomba de hidrógeno.
Se provocó la explosión en cadena. Era como un contagio destructivo contra una ciudad, contra una colectividad. Contra una amplia zona habitada por toda clase de vida.
La bomba. Es transportada por el misil que devora distancias para impactar sobre objetivos lejanos. La bomba llegó a ser lo inmenso, lo invencible para aniquilación total.
La humanidad se siente poderosa porque puede acumular ojivas nucleares capaces de acabar con el planeta.
Y se va concentrando la fuerza hasta llegar a esta actual situación tripolar. Estados Unidos, Rusia y China. Con inmensos recursos económicos, poblacionales, militares y políticos.
El virus es diminuto, con dimensión microscópica. Pero tiene una formidable potencia expansiva para multiplicarse y para trasladarse. Los portadores más rápidos y eficaces para una propagación en el ambiente de la convivencia humana son, precisamente, el hombre y la mujer.
No es la peculiaridad letal del virus una súbita explosión externa, sino una progresiva y lenta contaminación interior orgánica y silenciosa. Es el hombre y la mujer quienes contagian con sólo toser, con sólo tocar. Cada pequeñísima gota de su saliva es como un pequeño océano de virulencia. Y todo va dirigido a paralizar la respiración pulmonar del afectado.
El hombre, que todo lo ha contaminado en el planeta, se encuentra con un tipo de contaminación que lo alcanza y lo agrede en algo esencial para un momento presente de vida humana: el soplo vital.
La onda combinada de murciélago y serpiente o perverso producto de laboratorio de guerra biológica, arroja su guijarro davídico a la frente del Goliat tecnológico hinchado de soberbia. Y lo ha derribado con infecciones, patologías y defunciones crecientes.
Que no haya cercanía. Que no haya contacto. Que no se den encuentros masivos. El hombre se tiene que alejar del hombre hasta que el virus se extinga sin contagiar. Una humanidad queda en cautiverio. Se convierte en inmensa sala de espera. Se le niega al virus el único vehículo por el que puede llegar a sobrevivir.
Después, para las nuevas generaciones, la nuestra dejará el recurso de la vacuna. Los cuerpos se harán inmunes porque siempre vencerán a sus invasores.
EN EL MUNDO DE LA FE
El mandamiento del amor se cumple acercándose para ayudar. En tiempos de contagio se cumple guardando distancia. El amor humano se expresa con contacto de saludos, abrazos y besos. En tiempo de contagio sólo queda la mirada y la sonrisa para abrazar y besar, a sana distancia, con el alma, porque las muestras habituales de cariño pueden causar daño recíproco.
En los templos hay celebraciones sin comunidad de fieles. Todos están frente a una pantalla, en sus hogares, participando en la misa transmitida por televisión y en las redes sociales. Los grupos apostólicos y las comunidades evangelizadas se comunican por mensajería. Están en pausa todos los servicios sacramentales que supongan encuentro cercano. La reconciliación con Dios se da con acto de contrición y promesa de próxima confesión.
INMENSIDAD DE LO PEQUEÑO
Todo conectado. El aleteo de la mariposa puede iniciar un huracán. Un pequeño guijarro en la montaña causa una enorme avalancha. Oprimir un pequeño botón puede producir una explosión atómica. Un virus diminuto causa una pandemia. Y un sólo hombre o mujer que tosa o estornude cerca o toque algo contaminado, sin lavarse después, puede continuar la cadena pandémica. No dejar pasar el virus es tarea de todos y de cada uno...
