El Corea de Huntington
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Esa mañana salí destrozado de la casa de doña Sidalia.
Reprochándome el tener todo en la vida, todo.
Para empezar, déjeme le cuento que sobre la familia de doña Sidalia pesa una rara y nada común enfermedad.
El Corea de Huntington.
Un mal hereditario del cerebro que poco a poco va desgastando a la persona hasta que la mata,
Jamás había escuchado de esa enfermedad.
Hasta que una vez dos trabajadoras de la Unif, Blanca y Carmen, me hablaron del caso de doña Sidalia.
Y me llevaron a su casa en una colonia popular.
Ahí me enteré de lo inaudito.
El Corea había cobrado ya la vida de tres de los familiares de Sidalia:
La de su esposo, el gen portador de la enfermedad, y la de dos de sus hijos.
Pero aún había más, hay más: otros tres de los ocho vástagos de Sidalia, ya estaban, están, postrados en cama, y uno empezaba, empieza, a manifestar los síntomas del padecimiento.
Y que, irremediablemente, van camino a la tumba.
Ni sabe lo que sentí mientras doña Sidalia me narraba su historia.
Un horrible dolor en el estómago.
Un limón atorado en la garganta.
Doña Sidalia, mujer originaria del ejido Buñuelos, municipio de Saltillo, hija de una familia de ferrocarrileros, había conocido a su esposo, también ferrocarrilero, en un campamento ferrocarrilero, en la Ciudad de México.
Se pusieron de novios, se casaron y tuvieron ocho hijos, seis varones, dos hembritas.
Entonces Sidalia, que no era muy feliz por la vida trashumante y de alcoholismo que le daba su marido, nunca malisió la desgracia que marcaría su destino.
Su esposo había heredado de su madre, o sea la suegra de Sidalia, la enfermedad del Corea de Huntington.
Él se lo ocultó por largo tiempo.
Le ocultó incluso la existencia de su mamá.
El día que el marido de Sidalia la llevó a San Luis Potosí para que conociera a su suegra, Sidalia se quedó anonadada,
Vio a una señora encorvada, que apenas hablaba y mostraba extraños movimientos en su cuerpo.
Era el Corea.
Fue hasta que los hijos de Sidalia crecieron que su esposo, ya entrado en años, empezó con las señales del mal.
De pronto se caía sin razón y su cuerpo empezó con esos movimientos involuntarios e incontrolados.
Lo llevaron al médico.
Que era una enfermedad que se llamaba Corea de Huntington, sentenció el galeno.
Un mal neurológico, progresivo, incurable y mortal.
Y que había un 50 por ciento de posibilidades de que la enfermedad alcanzara a la descendencia del portador, o sea del marido de Sidalia, sus hijos, sus nietos.
Vaya usted a saber.
Paren el mundo que me quiero bajar, seguramente pensó Sidalia.
Al cabo de algunos años el esposo de Sidalia comenzó a perder el movimiento, el habla, y quedó en estado vegetativo, hasta que murió.
No pasó mucho tiempo para que la profecía del médico, de que la descendencia del esposo de Sidalia heredaría aquella enfermedad, se cumpliera, como una maldición.
Primero fue un hijo, luego otro.
Los dos murieron por el Corea.
Es ocioso, estúpido decirle que Sidalia estaba devastada.
Más tarde otros tres de sus hijos fueron atacados por el mal.
Dos ya están en cama.
Y solo tres de los ocho hijos que tuvo Sidalia, dos mujeres y un hombre, resultaron sanos.
La primera vez que platiqué con Sidalia me pregunté cómo hacía esta mujer bajita y delgadita para cargar con esa cruz, de dónde sacaba fuerzas.
Y es algo que todavía no me explico.
Sidalia tampoco.
Su marido y dos hijos muertos por el Coreas y otros tres enfermos y desahuciados.
Ya lo único que pide Sidalia es que Dios le dé vida y fuerzas para ver a sus hijos hasta el final.
Y yo… me uno a su oración…