El tiempo perdido: dejar de lado lo verdaderamente importante
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En ‘El Principito’ encontramos una lección imperdible que nos debe llevar a pensar a vivir lo trascendente
Dedicamos bastante tiempo y esfuerzo en la búsqueda de no sé qué tantas cosas teniendo como bandera a la efectividad y la competitividad: en trabajar arduamente, en estudiar enloquecidamente, en lograr legítimos satisfactores materiales. Los efectos de esta realidad son graves: divorcios, pérdida de la salud (debido al estrés), vacíos existenciales, deterioro de las relaciones humanas e inclusive suicidios. Ante esto propongo una locura: hay que saber perder el tiempo. Perder el tiempo para disfrutar la vida. Perder el tiempo para ganar tiempo. Perder el tiempo para apreciar el tiempo. Vivamos perdiendo el tiempo por eso que ni un millón de dólares podría jamás comprar, por eso que existe en el corazón de cada persona y que espera ser despertado. En los menesteres del tiempo, el único juico final que existe es el propio; entonces, sin ambages, vivir, vivir y seguir viviendo y, a pesar de las circunstancias, seguir gozando. Rellenar la vida con lo rellenable, con lo que no se olvida, con lo trascendente con eso que al rellenar basta, con la presencia de la persona amada, la familia, con los amigos, con los detalles que siempre nos llevan al hogar, con los horizontes aún no conquistados.
Uno de los libros esenciales es “El Principito” de Antoine de Saint-Exupéry (1900-1944), pues sus páginas iluminan el alma de quien lo lee, comprende y comparte.
En este libro hay una lección imperdible, me refiero al instante que el Principito conversa con el zorro, animal que ha tenido a bien “domesticar”, haciéndolo amigo, es el momento preciso cuando ambos personajes se despiden.
EN ESPERA DE LA PROMESA
El Principito, impaciente, espera la promesa del zorro, ese secreto que habría de compartir con él este animal, su amigo, antes de marcharse, pero éste inesperada y sagazmente se toma el tiempo para ir al jardín a ver a las flores (Recordemos que el Principito tiene en su planeta una rosa muy especial la cual le ha “domesticado el corazón”), Antoine narra:
“El Principito fue a ver nuevamente a las rosas: -No son en absoluto parecidas a mi rosa; no son nada aún-les dijo-. Nadie las ha domesticado y no han domesticado a nadie. Son como mi zorro. No era más que un zorro semejante a 100 mil otros. Pero yo lo hice mi amigo y ahora es único en el mundo. Y las rosas se sintieron bastante molestas. -Son bellas, pero están vacías-les dijo aún-.
No se puede morir por ustedes. Sin duda que un transeúnte común creerá que mi rosa se les parece. Pero ella sola es más importante que todas ustedes, puesto que es ella la rosa a quien he regado. Puesto que es ella la rosa a quien puse bajo una campana de cristal. Puesto que es ella la rosa a quien abrigué con un biombo. Puesto que es ella la rosa cuyas orugas maté (salvó dos o tres que se hicieron mariposas). Puesto que es ella la rosa a la que escuché quejarse, o alabarse, o también, algunas veces callarse. Puesto que es mí rosa.
UN SECRETO
He aquí mi secreto. Es muy simple: no se ve bien sino con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos. -Lo esencial es invisible a los ojos -repitió el Principito, a fin de acordarse. -El tiempo que perdiste por tu rosa es lo que hace a tu rosa tan importante-dijo el zorro.
-El tiempo que perdí por mi rosa- dijo el Principito, a fin de acordarse. -Los hombres han olvidado esta verdad-dijo el zorro-. Pero tú no debes olvidarla. Eres responsable para siempre de lo que has domesticado. Eres responsable de tu rosa. -Soy responsable de mi rosa-repitió el Principito, a fin de acordarse”.
BÚSQUEDA ESTÉRIL
Dedicamos bastante tiempo y esfuerzo en la búsqueda de no sé qué tantas cosas teniendo como bandera a la efectividad y su hermano mayor que se llama competitividad: en trabajar arduamente, en estudiar enloquecidamente, en lograr legítimos satisfactores materiales. Pero creo que, en el mismo proceso, perdemos lo esencial, por ejemplo la familia.
Muchas personas nos vemos seriamente afectadas por la inestabilidad laboral que, dicho sea de paso, cada día se vuelve más volátil, por la presión a tener una capacitación permanente para mantenernos competitivos, por el efecto que tiene la creciente deshumanización de la llamada cuarta revolución industrial y de las instituciones sociales, del gobierno, de las empresas y escuelas.
Los efectos de esta realidad son graves: divorcios, pérdida de la salud (debido al estrés), vacíos existenciales, deterioro de las relaciones humanas e inclusive suicidios. En síntesis, existe un sensible quebranto en la calidad de vida a la que estábamos acostumbrados y una creciente aparición y desarrollo de enfermedades crónicas derivadas de esta manera de vivir.
Tal vez, esta época nos obliga a vivir como si estuviéramos en la cola de un bufete, viendo que todo se acaba mucho más adelante, sin mirar el banquete que tenemos en frente.
Ya lo decía el sabio Epicteto: “Compórtate en tu vida como en un banquete. Si algún plato pasa cerca de ti, cuídate mucho de meter la mano. En cambio, si te lo ofrecen, coge tu parte. Haz lo mismo con tus riquezas, amigos, parejas, familia o cualquier otro aspecto. Si puedes lograrlo, serás digno de sentarte a la mesa de los dioses. Y si eres capaz, incluso, de rechazar lo que te ponen delante, tendrás parte de su poder”.
¿Para qué tanto afanar?, ¿para qué tanto correr?
IDEA DESCABELLADA
Ante esto propongo una locura: hay que saber perder el tiempo. Perder el tiempo para disfrutar la vida. Perder el tiempo para ganar tiempo. Perder el tiempo para apreciar el tiempo. Perder el tiempo para incrementar el bienestar de vida. Perder el tiempo para ser más personas, más felices y plenas.
Volvamos al Principito: se permitió el tiempo para domesticar al zorro, para hacerlo su amigo. Y es cierto, no hay mejor tiempo ganado que ese que se “pierde” con lo que uno aprecia, por ejemplo ese amigo que tanto nos deja y que, desgraciadamente, no tenemos el tiempo para poder verlo.
Por ello, empecemos a “perder” tiempo con los amigos que la vida nos ha regalado. Dejemos que se enfríe una taza de café en el calor de esas conversaciones que solamente nacen con los que uno quiere.
APRECIAR LO ‘INÚTIL’
Perdamos tiempo también con esos libros que nunca tenemos el tiempo de leerlos, con esos que no hablan de competitividad, eficiencia y productividad, con esos que son inútiles para la vida profesional, pero que hacen más ancha y profunda el alma de quien los lee. Por Dios ¿Cuándo se nos ocurrió la idea de que los libros deben siempre tener ideas aplicables, pragmáticas y con sentido de negocios? ¿Qué acaso no se lee solamente por el placer de leer y de volver a releer, por la sola dicha de dejar penetrar en el alma los conceptos de gente verdaderamente grande?
EL VALOR DE LO GRATUITO
Perdamos tiempo admirando lo que se nos da de gratis: el sol, las nubes, los atardeceres, las carcajadas de los niños, las flores, los olores que deja luego la lluvia, la aparición de la luna y los amaneceres. Perdamos tiempo caminando solamente por el encanto de observar las hojas de los árboles moviéndose por el viento. Perdamos tiempo alimentando a las aves y luego escuchando su gratitud en sus cantos.
GRANDEZAS PERDIDAS
Perdamos tiempo, como lo dice el zorro, tratando de ponerle atención a eso que es esencial en la vida y por ende invisible a los ojos: lo que se puede disfrutar al conversar con los ancianos, con los que se encuentran solos, con las personas que nos aman, pero que no tenemos el tiempo de verlas.
Perdamos tiempo desacelerando el ritmo de vida: pensando más y hablando menos, comprendiendo más y juzgando menos, compartiendo más y envidiando menos. Deseando menos y gozando más. Perdamos tiempo dando gracias a Dios por lo que tenemos y también por eso que no tenemos.
Perdamos tiempo dedicando tiempo a esas rosas que hacen que nuestra existencia sea verdaderamente valiosa, por esos detalles que luego se vuelven significativos.
Vivamos perdiendo el tiempo por eso que ni un millón de dólares podría jamás comprar, por eso que existe en el corazón de cada persona y que espera ser despertado, por eso que podría convocar a una vida más estupenda pero que, por las endemoniadas prisas, mínima atención le procuramos, y que luego terminamos olvidando.
Tal vez, el mejor de los tiempos, el verdadero tiempo disfrutado, paradójicamente, es – ínsito - el que “perdemos” gozando y admirando lo que la vida gratuitamente nos regala en el presente disfrutado, pues -como sentenció San Agustín- “ni el pasado ni el futuro existen, ya que ninguno de los dos existe ahora”.
Propongo: ir en búsqueda de este tiempo perdido, del tiempo instantáneo del presente obviado, de ese que, curiosamente, nos puede permitir mirar con frescura el movimiento atrapado, congelado, en la rara fugacidad del segundo para entonces comprender el invaluable don de sabernos existir.
Más aún: comprender que, en el tiempo perdido, en ese humilde instante se puede vivir toda una vida.
Apunto: en los menesteres del tiempo, el único juico final que existe es el propio; entonces, sin ambages, vivir, vivir y seguir viviendo y, a pesar de las circunstancias, seguir gozando.
cgutierrez@tec.mx
Programa Emprendedor
Tec de Monterrey Campus Saltillo