El zumbar del zumbido
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Febrero de 1915. La ciudad de Monterrey había sido tomada por fuerzas federales. El general Pablo González, revolucionario, que se disponía a lanzar un ataque contra esa importante plaza, envió a una persona como espía a fin de observar al enemigo, calcular sus efectivos y tomar nota de sus posiciones.
Después de afrontar toda suerte de dificultades logró esa persona llegar a Apodaca. Ahí hizo contacto con el general
Maclovio Herrera.
-Ten mucho cuidado -le dijo éste-. La situación es muy peligrosa en Monterrey. Los federales esperan un ataque, y para ellos todo recién llegado a la ciudad es un espía. No te arriesgues.
La persona enviada por don Pablo se las arregló para llegar a la capital nuevoleonesa. Se hospedó en el viejo Hotel Imperial, que se hallaba frente al actual Ancira. Durmió profundamente, quizá por el cansancio de los días anteriores, y a la mañana siguiente bajó a desayunar. Mientras lo hacía notó que dos hombres vigilaban desde otra mesa. Uno de los camareros acudía de continuo a atender a esos parroquianos, de modo que podía escuchar lo que hablaban entre sí.
La persona enviada como espía notó luego que el mesero la buscaba con la mirada, como tratando de advertirle algún peligro, y con mayor intensidad cuando los hombres se levantaron y salieron. Terminó y pagó su cuenta. En la puerta del hotel se topó con dos soldados federales.
-Acompáñenos -le dijo uno.
-Con mucho gusto -respondió-. Sólo permítanme subir un momento a mi habitación a traer lo que necesito.
Los soldados, desconfiados, fueron también, pero no entraron en el cuarto. Apresuradamente la persona echó tras el ropero algunos papeles comprometedores. Luego se puso a disposición de los soldados, y con ellos fue a dar a la estación del Ferrocarril Nacional. El general Felipe Ángeles inició un estrecho interrogatorio, pero nada pudo conseguir.
-Muy bien -ordenó-. Al paredón.
De inmediato la persona fue conducida al panteón municipal, y puesta frente al pelotón de fusilamiento.
-¡Preparen!... -ordenó el cabo encargado de la ejecución-. ¡Apunten!...
No dijo: “¡Fuego!”. Con una mirada de burla desató las manos de la persona, que al día siguiente fue a dar a Chihuahua con otros prisioneros de guerra. De ahí escapó dos meses después. Luego recordaba el momento de su simulada ejecución:
“... En ese instante se me acabó todo sentimiento de valor, de orgullo. Sentí un zumbido en los oídos, se me revolvió el estómago, y sólo se hizo presente un segundo de horror jamás sentido...”.
Ahora bien. A lo largo de este artículo he usado machaconamente la palabra “persona”. Eso se debe a que el espía enviado por don Pablo González, la persona que vivió esta tremenda aventura, no era hombre. Era mujer. Se llamaba María de Jesús G. Hinojosa y militaba en el Cuerpo de Ejército de Oriente con el grado de Teniente de Caballería.
Como se ve, no toda la Revolución fue cosa de hombres.