La eterna y fracasada cantaleta
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“No mezclar alcohol con el volante” o “Si tomas no manejes”, son recomendaciones que hemos escuchado toda la vida y que, paradójicamente, pareciera que es justo su vehemente repetición lo que las ha vaciado de sentido. Son frases que suenan huecas, una eterna cantaleta que remite a esas campañas fracasadas que se quedan siempre en la superficie de un fenómeno que sigue cobrando vidas en nuestro país; según la Organización Panamericana de la Salud, 24 mil personas mueren cada año en accidentes automovilísticos relacionados con el consumo de alcohol. La cifra equivale a 65 fallecimientos por día.
En La Laguna siguen resonando los fatídicos ecos del pasado fin de semana. Entre la noche del viernes y la madrugada del domingo, cinco personas fallecieron en accidentes provocados por conductores ebrios. Se trata, en todos los casos, de víctimas inocentes, personas que no hicieron nada para ponerse en una situación de riesgo, salvo tener el infortunio de cruzarse en el camino de irresponsables a los que ninguna campaña de concientización, ninguna política pública, ningún consejo ni sentido de la civilidad les impidió mezclar alcohol y volante, y que seguramente ni siquiera pensaron en el riesgo. Y ahora todos ellos, además de las vidas que arrebataron (incluidas las de dos niñas, de 6 y 14 años) han arruinado la propia, independientemente de que eviten o no las acciones penales en su contra.
Hay además un aire de preocupación porque, pese al tamaño de la tragedia, la autoridad ha respondido con la fácil: “hay que instalar más alcoholímetros”. Más allá del carácter recaudatorio, amedrentador y hasta abusivo de esos retenes (se han conocido casos donde agentes intimidan y extorsionan a conductores designados), la pretensión de ampliarlos puede resultar positiva, pero no dejará de ser un simple parche. Por otra parte, la estrategia de poner alcoholímetros a la salida de los establecimientos nocturnos (una medida que ya se aplica en algunos) se presta mucho a la simulación, ya que su éxito depende de un contrasentido: que personas en estado de ebriedad, aún con inercia festiva, sean capaces de tomar decisiones responsables... y si los resultados dependen del buen criterio de personas que no están en sus cinco sentidos, algo anda mal con el enfoque.
Lamentablemente hay muchos factores que impiden que la conducta irresponsable de mezclar alcohol con volante se erradique: el discurso político de que la reactivación de la vida nocturna es una muestra del éxito de las políticas de combate a la violencia es engañoso y dañino; no se incentiva el consumo responsable; las pocas opciones de otros tipos de esparcimiento, la limitada oferta cultural, un servicio de transporte público deficiente e inseguro, de alguna manera también promueven el elevado número de conductores ebrios; una ciudad que no sabe combatir su propio tedio genera conductas nocivas. Y, al final, todo ello contribuye a que el problema no se dimensione en su justa medida.
Si tan buenos somos para imitar, ¿por qué no imitar lo que hacen otros países, donde una multa de tránsito, dependiendo de su gravedad, implica la retención de la licencia y, por ende, la imposibilidad de manejar durante un periodo prolongado? Si a alguien se le multa por manejar en segundo grado de alcohol, que su licencia se retenga seis meses. Si se trata de tercer grado de alcohol, que se le retenga la licencia un año. Y si durante el periodo de penalización se le detecta manejando un vehículo, que se duplique el plazo. Lamentablemente para aplicar una medida así, que podría resultar más efectiva que la multiplicación de alcoholímetros (y que cualquier campaña de sensibilización), primero tendríamos que imitar la eficiencia de procedimientos administrativos, la óptima capacitación, la actualización constante de padrones y bases de datos, la implementación de tecnología y, sobretodo, la asignación de agentes y servidores públicos confiables y honestos. Y esos, por desgracia, tampoco es que abunden.
@manuserrato