La modista cubana de la zona roja
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Me la presentó una amiga de la zona roja.
Una contacto que a veces nos pasa tips para el Semanario.
Usted sabe, personajes
Historias de ese lugar sórdido que es una caja de pandora, un laboratorio social.
Antes esa misma amiga me había hablado ya de una mujer cubana que era, es, la modista de las chicas de ciudad sanitaria.
¿Cubana?, pensé yo.
Cómo y por qué una cubana vendría a parar al antiguamente llamado sector del vicio.
Para qué.
Años atrás habíamos publicado la historia de un migrante guatemalteco sin papales que se había convertido en el lenón más próspero de la zona roja.
Chepe, el zar de los teibols.
Oiga, pero una cubana
.
Y en la zona
Hasta que una mañana mi amiga me llevó a la casa de la susodicha cubana para conocerla.
Se llamaba Hilda, me dijo, había nacido en México, pero desde bebé se había trasladado a Miami con sus padres exiliados cubanos.
La señora, cabello a la Paquita la del Barrio, hablaba en perfecto cubano.
De su abuela, que había salido de la isla con su familia cuando el gobierno de la Revolución comenzó a confiscar los bienes a la clase acomodada de Cuba, aprendió el arte del corte y confección.
Y de ahí fue que le vino su oficio de modista.
Hilda vivió en Miami hasta su juventud, cuando, me contó, decidió viajar a México, a Laredo, Tamaulipas, concretamente, para tomar clases de pintura con un maestro de apellido Nochebuena.
Y aquí se quedó.
Luego casó con un hombre de Saltillo y por eso se vino a acá.
Un día llegaron a su taller de costura de la colonia Bellavista dos muchachas del tacón dorado.
Que les diseñara algo sexy, le pidieron.
Al final las chavas quedaron encantadas con la ropa.
Y le mandaron a más clientas de la zona roja.
Ya eran tantas sus marchantas que Hilda optó por irse a vivir a dos cuadras de la puerta de la ciudad sanitaria.
Y desde entonces allí vive.
Bueno eso es lo que cuenta ella.
Vaya a saber cuál sea la verdad.
Si viera que agradable experiencia la de platicar con esta mujer en su taller de costura, con sus antiguas máquinas de coser, auténticas reliquias, piezas de museo.
No sabe las tardes que me pasé charlando con esta señora.
“Oita vas a ver cómo en cuestión de segundos hago un top con su faldita”, decía la doña, agarraba unos trozos de tela y sí, en un santiamén confeccionaba un traje muy sugestivo, de esos con los que las chicas salen bailando en los teibols dans.
Yo me quedé con el ojo cuadrado.
Que destreza.
Que habilidad de costurera.
Muchas horas me pasé en el taller de esta cubana con sus maniquíes nalgonas y sus telas coloridas.
Comiendo arroz moro y cerdo al horno.
Y esta fue la historia de Hilda, la modista internacional de las chicas de la zona roja.
Jesús Peña
SALTILLO de a pie