La que no paró fue la violencia
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Conforme avanzaban los días, las expectativas en torno a lo que fuera a ocurrir el domingo 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, y el lunes 9, fecha convocada para el paro nacional #UnDíaSinEllas, iban creciendo. Se adivinaba, por el tamaño del furor que hinchaba el pecho de millones de mujeres, por la fuerza que cobraba el movimiento y su sororo clamor cada vez más estridente, que el 8M y el 9M se convertirían en hitos de la historia reciente del País. Y así fue.
En el caso de la Comarca Lagunera, las tres ciudades de la zona conurbada se inundaron de un torrente de energía femenina que agrupó a poco más de 3 mil 600 mujeres que recorrieron Lerdo, Gómez Palacio y Torreón al grito de “Vivas nos queremos”, “No necesitamos permiso para ser libres”, “Machismo: ¿te cansas de oírlo? Nosotros de vivirlo”, “Ni víctimas ni pasivas, somos mujeres combativas” o “No estamos todas, nos faltan las asesinadas”. Pocos movimientos en la región han cobrado tal magnitud.
Al día siguiente, el paro. Un lunes inusual en el que el tráfico vehicular era menos intenso. Los transportes públicos, las aulas escolares, los centros de trabajo estuvieron semivacíos. Un histórico pilar de la economía torreonense ha sido el comercio y hoy por hoy son las mujeres las que mayormente lo sostienen, ya que el 55 por ciento de la fuerza laboral en este ámbito es femenino. El 9M hizo que ese pilar se volviera frágil porque el 85 por ciento de las mujeres se ausentó, según reportó la Cámara Nacional de Comercio. Y aunque en realidad la mayoría de los negocios sortearon las ausencias, éstas fueron lo suficientemente significativas como para generar una baja del 40 por ciento en la productividad, según lo informó después la Asociación de Recursos Humanos de La Laguna.
Dos jornadas inusuales, catárticas, históricas. Sin embargo, mientras toda esa energía púrpura recorría el País, mientras las calles semivacías del 9 todavía vibraban con la clamorosa inercia del 8, en otro terreno del mismo México, de este México donde la violencia es cotidiana, el conteo feminicida no paró y Coahuila contribuyó a elevar la cifra. El domingo muy temprano, cuando miles de mujeres laguneras se preparaban para la marcha, en un terreno baldío de la colonia Mayrán de Torreón yacía el cuerpo violentado de una joven. Se trataría del segundo feminicidio del año en la ciudad y el cuarto en el estado.
La joven de la colonia Mayrán fue también una de las 11 mujeres muertas que dejó en todo el País el 8M, a las que se sumarían 10 durante el 9M: 21 mujeres asesinadas durante los dos días en los que se clamó justamente para que este tipo de crímenes dejaran de ocurrir. Y aunque nadie esperaba que estas movilizaciones pusieran por sí mismas fin al flagelo, el golpe de realidad fue duro.
Hace un mes, los diputados federales aprobaron elevar de 60 a 65 años de cárcel las penas por feminicidio. Adicionalmente elevaron de 8 a 10 años la condena de prisión para funcionarios públicos que entorpecieran investigaciones por feminicidio y de 10 a 18 años para quien cometiera una violación en perjuicio de menores de 15 años. Es decir, los diputados optaron por la fácil: recrudecer penas como si eso inhibiera en automático los crímenes.
En el caso de Coahuila, el gobernador Miguel Riquelme ha propuesto que la pena en el estado por feminicidio alcance los 90 años. Pero ese no es el punto. Las penas se pueden elevar a 100, 200, 500 o mil años y eso no va a servir de nada mientras haya un 98 por ciento de probabilidad de que quien cometa esos delitos no pise nunca la cárcel. Porque de ese tamaño es la impunidad en este País. Si eran altísimas las expectativas en torno a los pasados domingo y lunes, más importante aún era entender que a partir del martes muchas cosas deben resignificarse desde la acción cotidiana. Que toda la fuerza y emotividad del 8M y el 9M se conviertan, a partir de hoy, en catalizadores de justicia.
@manuserrato
Manuel Serrato
PRÓXIMA ESTACIÓN