‘La vida es un orgasmo, no importa si sirve para algo’: entrevista con Óscar de la Borbolla
En charla con VANGUARDIA, el filósofo y escritor invita a experimentar ‘La Rebeldía de Pensar’ -título de su libro reeditado- y a hacer posible la felicidad en un mundo hostil
Óscar de la Borbolla, escritor
Nació en 1949 en la Ciudad de México. Es filósofo, ensayista, narrador y poeta. Además, es catedrático de la UNAM. Ha publicado más de 20 libros de ensayos, novelas, cuentos, poesía y otros géneros. Entre ellos destacan “Las Vocales Malditas” (1988), “Asalto al Infierno y otras Aventuras Ucrónicas” (1999), “Instrucciones para Destruir la Realidad” (2003), “El Futuro no Será de Nadie” (2011) y “Filosofía para Inconformes” (1996).
Estamos más acostumbrados a vivir que a pensar. Y cuando pensamos nos asalta una evidencia terrible: las cosas no son lo que parecen, todos mentimos y nada dura, la vida carece de sentido; es decir, la vida es un fraude, y, peor aún, vamos a morir y no podemos evitar que muera todo lo que amamos. Parece que el pensamiento forzosamente desemboca en la amargura, la desolación y el absurdo.
Pero, ¿debe ser así? ¿Desde cuándo y por qué existe este divorcio entre el pensamiento y la felicidad? Óscar de la Borbolla (Ciudad de México, 1949) se hizo esas y otras preguntas en su más reciente libro “La Rebeldía de Pensar” -publicado por primera vez en 2006, y editado este año por el Fondo de Cultura Económica-. Partió de la duda, de pensar, para encontrar la “risa en el abismo”: que la impotencia y la finitud humanas pueden conducir a la felicidad.
Si ponernos a pensar nos revela lo inútil, absurdo y caduco de la vida, entonces, ¿es mejor no pensar y vivir en la ignorancia? De la Borbolla responde de manera contundente que no. Y en su libro de ensayo filosófico explica por qué con un lenguaje ameno y desafiante, porque, seamos honestos, a la mayoría no nos gusta pensar, preferimos instalarnos en la comodidad de las verdades o creencias políticas, religiosas, morales, científicas o de cualquier tipo. Pensar, en cambio, es dudar, es mantenernos en forma.
“Pensar es como caminar: se camina para llegar a una meta y se camina, también, para estar saludable: en el caminar hay un fin y un propósito como los hay en el pensar. El fin del pensar puede ser, ciertamente, entender, y esto tal vez se logre; pero el propósito de pensar es humanizarse y esto no se completa nunca” (página 22).
El filósofo, ensayista, narrador y poeta platicó con VANGUARDIA sobre por qué es mejor pensar a no pensar, y cómo el pensamiento hace posible la felicidad. Y no es un secreto ni una fórmula milagrosa. Esto no se parece a las frases de autoayuda o desarrollo humano que circulan en libros o redes sociales. Al contrario, con su libro, Óscar de la Borbolla nos cuestiona, busca sacarnos de nuestra zona de confort y sacudirnos de las creencias colectivas. Porque la felicidad es un acto para inconformes.
¿Por qué pensar es un acto de rebeldía?
“Normalmente más que pensar, más que tener un pensamiento propio, lo que hacemos es eco: primero de lo que dicen nuestros papás, y luego, cuando nos portamos muy rebeldes en la adolescencia, somos parte del coro de nuestro grupo etario. Poco a poco, así, a lo largo de la vida, uno se va reuniendo con la gente que piensa como uno, come lo que uno, le gustan las mismas películas, y termina uno rodeándose de espejos, que le devuelven a uno su misma forma de pensar que no sufre modificaciones.
“Cuando por fin se nota alguna sospecha de desajuste entre lo que uno cree y lo que pasa delante de nosotros, se produce un corto circuito ahí, empezamos a sospechar, a poner en duda. Ahí empieza una actitud que podríamos denominar de incipiente subversión. Cuando desenvuelves esa sospecha y empiezas a cuestionar las cosas, vas descubriendo que, normalmente, o por regla general, por eso somos seres históricos, cada que ponemos en duda algo, avanzamos, damos un paso, se propone otra teoría, otro punto de vista; estamos en permanente cambio.
“Esos cambios son originados por algo que es el pensamiento, por eso pensar es un acto rebelde en el fondo. Es dejar de suscribir las opiniones en que se confía, se cree, se tiene fe, a uno le parece; no a mí, sino a ‘uno’, el impersonal.
“Por eso le puse ‘La Rebeldía de Pensar’, porque me parecen en el fondo palabras sinónimas. Pensar es siempre, por fuerza, pensar distinto. Aunque piensas lo mismo, si lo piensas una segunda vez, te das cuenta que le faltan cosas al pensamiento original. Y mientras más le escarbas llegas, casi inevitablemente, si no contraria, sí a una idea diferente de la que partiste. Pensar es iniciar un rumbo de cambio, de rebeldía”.
¿La verdad nos hará libres, o la duda nos hará libres?
"Lo que nos somete es la verdad.
“Hay una diferencia entre evidencia y certeza. La palabra evidencia viene de ‘ver’, de ‘vidente’; el que ve cree que lo que ve es cierto, y entonces automáticamente se pasa a la certeza. Tú lo viste, luego entonces crees que esa es la realidad, lo das por verdadero.
“Cuando en cualquier planteamiento llegas a una solución, a una verdad, lo que has hecho es transformar lo que a ti te parece evidente en una creencia. Una creencia tan firme, tan válida, que ya no es necesario seguir repensándola. La verdad significa una especie de descanso en la escalera del pensar.
“Pensar es un método para encontrar verdades. Nada más que justamente cuando se encuentran, el pensamiento cesa y ya se instala uno.
“Las explicaciones cuando son evidentes, o sea, cuando la fuerza de la argumentación o las pruebas te muestran algo, la evidencia te pasa a la certeza, y cuando estás instalado en una certeza, se vuelve un dogma. Entonces crees ciegamente en eso.
“Lo que mantiene viva a la historia humana es la duda. Si no se busca, si no se revisan las ideas, se terminan volviendo dogmas.
“Las verdades son lo peor que te puede suceder, porque dejas de pensar”.
¿Es mejor pensar o no pensar para ser feliz? No sabemos, pero dudamos En “La Rebeldía de Pensar”, Óscar de la Borbolla nos cuestiona de muchas maneras, y quizá algunos lectores esperen una respuesta definitiva; lamento decirles que no hay. El libro nos hace dar vueltas, profundizar en problemas que no tienen solución satisfactoria, en donde tenemos que reconocer que simplemente no sabemos, pero dudamos.
Buscamos nuevos caminos o caminamos por pensamientos de filósofos como Descartes, Nietzsche, Heidegger, Sartre o poetas como Rubén Darío y Nezahualcóyotl, para tratar de entendernos a nosotros mismos y a la realidad y sobre todo para humanizarnos, como ya lo mencionó el también autor de “Las Vocales Malditas” (el célebre volumen de cinco cuentos, cada uno escrito únicamente con palabras de una sola vocal).
Divorcio entre pensamiento y felicidad
Desde niño, a De la Borbolla no le cuadraron las explicaciones que los adultos le daban sobre la vida y la realidad. Su abuela incluso le decía que ya dejara de pensar. Pero Óscar era un chico inquieto, introvertido y reflexivo que pensaba y le daba vueltas en la cabeza para encontrar razones a lo que veía. Le gustaba tanto que le molestaba que los adultos quisieran limitar ese placer.
Cuando se preparaba para su Primera Comunión, le enseñaban que Dios era bueno, pero un día leyó un poema de Antonio Plaza, le recitó una estrofa a la monja que lo adoctrinaba y recibió una cachetada. Con el tiempo, esa bofetada confirmó que él se convertiría en filósofo, dice ahora en la entrevista. El poema se llama “A María del Cielo” y en una parte dice: “Si siempre he de vivir en la desgracia, / ¿por qué entonces murió por mi existencia? / si no quiere o no puede hacerme gracia, / ¿dónde está su bondad y omnipotencia?”.
Desde entonces Óscar se empezó a apartar de sus coetáneos, continuó leyendo y se empezó a preguntar por qué le insistían en que no pensara y aceptara las cosas que le decían. ¿Por qué el que piensa se siente mal?, ¿pensar te conduce a la desgracia? Este divorcio entre la felicidad y el pensamiento lo encontró en el libro del “Eclesiastés”, del Antiguo Testamento de La Biblia, atribuido al rey Salomón. Ahí dice que “todo es vanidad”: Salomón pensó a sus 80 años que la vida era puro sufrimiento inútil.
Si pensar es humano, ¿por qué no nos gusta pensar?
“Cuando uno cree que pensar te conduce a la desgracia, pues le sacas la vuelta y no quieres clavarte ahí; la gente le rehúye a esto, porque con lo primero que uno se encuentra cuando piensa, pues es la desconfianza: tus padres te han engañado, tus maestros te han engañado; si piensas un poquito, la apariencia que te dan tus amigos en el fondo descubres contradicciones en su conducta que te hacen ver que las cosas no son como parecen, mientras más piensas te vas dando cuenta que las cosas están mal.
“Vivimos con una especie de fachada de las cosas, todos nos presentan su mejor cara, todos viven una especie de apariencia fingida de cordialidad, pero si le piensas, te das cuenta que son puras imposturas. Que hasta tu pareja o tú mismo cuando empiezas una relación amorosa no le dices toda la verdad de ti, le dices lo que te conviene y te dicen lo que les conviene, y en el fondo vamos levantando una fachada de nosotros, para ser aceptados, para ser queridos, y los otros hacen lo mismo. Nadie es sincero.
“Las cosas no son como parecen ser, son un poquito más grotescas. Entonces pensando te entregas a la desdicha...”.
Pero en tu libro buscas reconciliar el pensamiento con la felicidad…
“Si extremas mucho el pensamiento, lo que descubres es que te vas a morir, que eres un ser finito, que eres un ser que va en un franco proceso de descomposición a partir de cierta altura de la vida”, como escribió Salomón en el “Eclesiastés”, un rey de los judíos, que como otros pueblos en la historia de la humanidad se sentían elegidos y favoritos de Dios.
“Visto desde esa mirada, pues haber vivido y sobre todo esperando de la vida una gran cosa, porque eres el favorito de Dios, y te viene la vejez y los achaques y la muerte, pues el pensar lo único que hace es ponerte delante una terrible evidencia: que la vida es un fraude.
“Sin embargo, pensando más allá de Salomón, descubro que la vida es una maravilla, que la vida es como un orgasmo. No importa si el orgasmo sirve para algo o va a algún lado, si tiene futuro o va a fecundar, no, el orgasmo en sí mismo vale la pena, la vida en sí misma vale la pena aunque se acabe. El haber disfrutado un rato aquí es habernos sacado la lotería de la existencia, tener una suerte ontológica maravillosa. Nosotros sí pudimos ser aunque se acabe, aunque nos vaya mal. Por lo menos tuvimos la oportunidad de tener alguna vez consciencia.
“Te lo estoy planteando desde el ángulo de alguien que no se siente el favorito, sino del que se logró colar a la fiesta”, y no como el elegido de un dios, si aceptamos que “somos el resultado de un montón de casualidades”.
Felicidad para inconformes
“Sólo un gran soberbio se desencanta tanto” (página 118), escribe Óscar de la Borbolla sobre las palabras del “Eclesiastés”. Entonces hay que pensar hasta sus últimas consecuencias para darnos cuenta que como todo acaba, la muerte puede relativizar todo aquello que nos impide ser felices y que, en vez de arrojarnos al barranco de la desgracia, podemos aligerarnos y reírnos sobre el abismo, al grado de hacer posible la felicidad.
“A los inconformes no nos parece que este instante sea poca cosa, no nos parece que esta magra oportunidad sea escasa; es todo, y, aunque sea un todo miserable comparado con la eternidad, para nosotros representa una ganancia infinita porque no esperábamos nada” (página 119).
¿Hay que abandonar la esperanza para ser feliz?
“A nosotros nos han vendido la esperanza como una virtud teologal. Si tú partes de la idea de que este mundo fue hecho por alguien que no pudo haber elegido lo malo, sino que eligió el mejor de los mundos posibles para ti, aunque lleves una vida desastrosa y tengas un montón de fracasos y te vaya mal, ideas que los perversos encumbran y las gentes decentes se van al hoyo, pero sigues creyendo que estás en el mejor de los mundos posibles porque Dios lo hizo. Cuando tiene uno esta idea y luego haces un cuestionamiento y te responden: ‘es que tú tienes un entendimiento finito, cómo vas a juzgar desde tus pobres luces los verdaderos designios de la Providencia’, y si quieres investigar los designios de la Providencia, te dicen que estás portándote soberbio. Entonces te encajonan y te dicen: ‘tú entiende que no hay mal que por bien no venga’, que ‘las cosas suceden por alguna razón’; sin embargo, las tripas se te mueven porque no encuentras ninguna razón para las maldades que hay.
“Y te dicen: ‘espera, ten esperanza’, te das cuenta que la esperanza no es más que un instrumento para inmovilizarte, para que te quedes aguantándote la tortura.
“Tengo la peor opinión de la esperanza. No creo que sea una virtud teologal, creo que es un instrumento de dominación y de sometimiento de la gente”.