Los patos blancos
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Sobre el escenario aparece Mandarina. Es una joven que representa a una niña de la calle. Explica su historia: hija de padre y madre desaparecidos, tiene de ellos dos recuerdos: un manojo de llaves de él, y un gorro de lana de ella. No los conoció, cuenta, y lo que sabe es por lo que le dice la gente.
Viste unos pantalones gastados, una sudadera vieja y el gorro heredado que se quita y pone al tiempo de dar a conocer su vida. Sus tíos se habían quedado con ella, pero una tarde decidieron llevarla al parque y, en un carrusel, abandonarla.
Mandarina se encuentra sola. Luego de vagar por las calles encontrará a Apio, miembro de un grupo de niños que viven en un refugio, niños de la calle que tienen sus propios códigos: uno de ellos, casarse. Otro, salir a las calles en busca del sustento, ya tomando comida de las tiendas o limpiando carros. También acudir a la “Casa Negra”, donde tendrán que darse a sí mismos.
Una regla de oro: no matar a nadie.
La niña, sin cumplir aún los 12 años, finalmente acepta formar pareja con Apio, aquel que la encontrara y con quien siente una fortísima corriente de afecto. Sueñan todos con vivir en la “Casa de Piedra”, un lugar de ensueño para cada integrante del refugio, y hacia ese fin ahorran el dinero producto del esfuerzo comunitario.
Pero ocurre una desgracia sobre la desgracia misma de vivir en la calle: un importante funcionario intenta abusar de Mandarina y, al oponerse ella, Apio lo mata. La regla en la casa es no matar, así que Apio es exiliado.
Vienen acontecimientos: nace Uva, una pequeña de una de las muchachas, y en una salida de grupo Mandarina se queda a su cargo. Una redada termina con todos los niños y Mandarina se ve sola con la bebé. Aparece Apio y el final en la obra “La Danza de los Patos” es la salida a la luz. Apio, Mandarina y la pequeña Uva formando una familia lejos del refugio.
Esta obra de teatro, adaptada y dirigida por Jorge Luis Feria Sosa, muestra con intensidad el drama de los niños de la calle. Un drama oculto a la vista de la sociedad. Un drama del cual sólo tenemos vaga referencia cuando de reojo la sociedad misma los ve acompañados de adultos pidiendo limosna o trabajando de limpiaparabrisas en las calles.
Millones de niños en el mundo viven en la calle y dramas como el que presenta la puesta en escena se repiten incesantemente. O parecidos, pero no menos dolorosos: los niños que acompañan en su marcha rumbo al norte a sus padres; los indígenas que venden su mercancía fuera de establecimientos comerciales en nuestra ciudad.
Al término de la función, Jorge Luis Feria se refirió a su interés por presentar, dentro del arte del teatro, ideas de reflexión importantes para la sociedad. “La Danza de los Patos” apoya a organizaciones que se ocupan, ahora mismo, de niños en abandono.
Si tiene oportunidad, asista a las funciones en el Teatro Garnica. Momento para ponernos en la piel de los personajes, entender cómo se desarrolla su vida; el derecho que todos tienen de ser felices en una sociedad que mucho y constantemente se los niega. En una sociedad de consumo en la que primero estoy yo, luego yo y después yo.
Una idea de fe puesta en marcha que merece difusión, reconocimiento, respeto y empatía, la obra cierra con la esperanza puesta en los personajes que interpretan a Apio y Mandarina cuando al final exclaman: ¡Los patos blancos, los patos, la luz, la luz!”.
EPÍLOGO
Una vez terminada la obra, el director invita a los integrantes de “Los Chicos de la Cumbia” a hacer una demostración de baile espléndidamente realizada. Habían presenciado antes la obra: fueron antes protagonistas de un drama similar. Ahora tenían frente a sí la esperanza y la luz.