Me declaro perdido
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Ser abuelo es un arte que requiere compromiso, comprensión, práctica, perseverancia y paciencia, virtudes que significan una sola cosa: amor
No era algo que yo esperaba ni deseara. No en ese momento, no en esas circunstancias. No creía que ser madre a los 19 años fuera lo mejor para Sofía Amaranta, mi hija mayor. Ella recién ingresaba a la universidad y un embarazo podría ser algo que truncara su desarrollo. Me opuse porque los embarazos entre adolescentes limitan las posibilidades de que una jovencita termine una carrera universitaria, nuestro pase nacional a un estatus distinto. Lo mismo sucede con el destino de los matrimonios de jóvenes, que tienen una más alta probabilidad de fracasar.
Fueron horas difíciles para la familia. Sandra, mi esposa, apeló a la comprensión y a darle tiempo al tiempo. Rodrigo y Regina estaban pasmados, pues, al final, querían lo mejor para su hermana mayor. Yo, como siempre, estaba fuera de mí. Todo se lo expuse a mi hija Sofía Amaranta, pero ella decidió llevar adelante su embarazo y se casó. Hoy agradezco que, como es usual, no me hiciera caso.
Y es que al pasar los meses, un frío día de noviembre de hace ya casi tres años, conocí a mi nieto. Yo estaba extrañamente nervioso y con sentimientos encontrados. La salud de mi hija, mi nieto y su futuro me preocupaban. En el trayecto al hospital fui pensando como traducir esa preocupación en el tipo correcto de ayuda, algo que puede ser muy complicado, pues dar demasiado respaldo puede ocasionar padres que no sean plenamente responsables, pero desentenderse del todo podría significar un riesgo para una familia de jóvenes.
Al final, los abuelos queremos lo mejor para los nietos, y al tratar de hacerlo es fácil que se superen los límites. En eso estaba cuando de pronto sostuve a entre mis brazos a un niño con unos hermosos ojos y de ceño fruncido. Pero cuando sus pequeñas manos apretaron alrededor de mis dedos, me declaré oficialmente perdido. Sé que mi cara debió iluminarse como lo hace cada vez que lo veo.
Unas semanas más tarde llegó la navidad, una fiesta que por años me pasé arruinando con comentarios mordaces y burlas por lo ordinario que resultaba celebrar algo que creo jamás sucedió. Pero esa navidad hice lo que tanto criticaba: cantar villancicos, abrir regalos y convivir en familia.
Pero las fiestas terminaron y cuando mi hija regresó a la universidad, de pronto nos vimos con un bebé en casa. Fue sólo hasta ese momento que Sandra y yo comprendimos que nos habíamos convertido en abuelos. Lo hicimos con hijos que crecían simultáneamente y que estaban iniciando su propia juventud.
Así que nuestra responsabilidad creció y, en medio de nuestros trabajos y compromisos como padres y ahora abuelos, pasamos algunas tardes de la semana tropezando con rompecabezas, triciclos, columpios, pelotas, resbaladeros, películas y perros, y aprendiendo que la dignidad es una palabra algo sobrevalorada, pues hoy soy capaz de hacer casi cualquier cosa por ganar una de las sonrisas soleadas de este jovencito.
Por supuesto que Sandra, mi esposa, no ve la hora de inscribirlo en cualquier cantidad de clases deportivas y musicales tal y como hizo con Rodrigo y Regina, que, por cierto, se han convertido en tíos y amigos de Carlos Enrique, y en ayudantes expertos de sus abuelos.
Por su parte, su mamá, mi hija, trabaja todo el día y por las noches continúa su carrera universitaria al tiempo que, junto a su esposo Carlos, educa a su hijo y forma su propia familia, y con ello su destino.
Estoy seguro de que lo lograrán.
Hoy con 46 años soy el representante vivo más antiguo de mi propia familia, el vínculo con el pasado de mi nieto, un hecho que me ha puesto a pensar sobre la continuidad de mi propia vida en la próxima generación. La llegada de Carlos Enrique ha fortalecido a nuestra familia. Lo amamos con pasión y ternura, y nos ha permitido disfrutar aún más de los placeres simples de la vida, como simplemente verlo dormir mientras hacemos un intento inútil por descifrar sus sueños.
Sé que quizás nuestra carrera de abuelos adelantados no haya sido la mejor. Se trata de un arte que requiere compromiso, comprensión, práctica, perseverancia y mucha paciencia, virtudes que hoy apreciamos aún más porque para nosotros significan una sola cosa: amor. Feliz día de los abuelos.
@marcosduranf