Mirador 24/01/19
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A los 50 años John Dee fue padre por primera vez.
La gente murmuró: tener medio siglo de edad en ese tiempo era ya ser un anciano.
El filósofo, sin embargo, reía de los dichos de la gente. Conocía bien a su mujer, y además el niño era su vivísimo retrato. Estaba orgulloso de él. No acostumbraba ir a la iglesia, pero ahora jamás faltaba a la misa del domingo para que todos vieran al pequeño, que con su carita rubicunda y sus cabellos de oro parecía un querubín.
El sabio olvidó todas sus sabidurías. La servidumbre de la casa reía al ver cómo su amo, el hombre más erudito de Inglaterra, se ponía a gatas para servir de caballito al niño. El autor de tantas obras escritas en latín y griego, en lengua arábiga y hebreo, decía ufano:
—Ésta es mi obra maestra.
Cierto día alguien le preguntó a John Dee:
—¿Por qué eres tan feliz con tu hijo?
Respondió él:
—Porque la mejor manera de agradecer el don de la vida es continuarla.
¡Hasta mañana!...