¿Quién es quién?

¿Cómo es un estadista? ¿Cómo sabemos que estamos frente a uno? A lo largo de la historia de la humanidad los ha habido de todas las nacionalidades, credos, talantes, cultos, incultos, arrojados, prudentes, en fin. 

Pero ¿qué características tienen en común los grandes estadistas?  

En política, igual que en la estrategia, se conjugan una serie de elementos que le permiten al hombre de Estado ver con claridad lo que el común de los mortales no alcanza a detectar, entre otros, el aprendizaje adquirido que da la experiencia acumulada para ser capaz de discernir y decidir con objetividad, sobre todo en momentos de incertidumbre y confusión. El otro es la intuición, la virtud subjetivísima del estratega excepcional, base sine qua non para alcanzar lo vislumbrado. La intuición es clave en el estadista, si no ¿cómo hubiera podido Miguel Hidalgo atreverse a enfrentar el statu quo de su tiempo y dar el primer y además definitivo paso, que nos llevaría a la independencia del coloniaje español de 300 años, y Benito Juárez cuando determinó que México necesitaba un orden nuevo y así nacen las Leyes de Reforma, que le dan un giro de 360 grados al ámbito jurídico de aquellos días? ¿Cómo? Con todo en contra. Las respuestas se van concretando en la mente del  visionario para luego convertirse en propósito y entonces se acumulan todas sus energías para su realización. Lo que pudiera ser calificado como necedad, en el estadista es persistencia en el empeño y fe inquebrantable en que es posible llevarlo a cabo, contra viento y marea. En Hidalgo y en Juárez campearon la reciedumbre y la determinación, sin ellas difícilmente hubieran cristalizado sus afanes. El estadista es un profesional de la realidad, porque es en su ámbito donde ejerce su papel, no en el terreno de lo imaginario, por eso es fundamental que la conozca, no de oídas, si no en primera persona. Y es que fijar una meta y trazar la ruta para alcanzarla no es cualquier cosa, se demandan perseverancia para mantenerse y no darse por vencido, voluntad para no arredrarse ante las dificultades y obstáculos que se presenten, inteligencia para rectificar yerros y redireccionar acciones, comedimiento para despertar conciencias y así ganar respaldo y respeto. Y carisma, porque es con su carisma con el que va a tocar las almas, a conmover y a sumar para su causa porque no hay mejor camino para que se vuelva compartida que el convencimiento, solo así se alcanzan las estrellas. El carisma, como leí en algún lado, es un “rasgo fundamental de la personalidad de un líder y el estadista lo es.” 

La labor sustantiva del estadista, apuntan los expertos en el tema, radica en saber conjugar en plural las aspiraciones muchas veces  contradictorias y en otras hasta excluyentes, pero igualmente legítimas, de los diferentes sectores de la población. Ahí es donde debe desplegar con maestría su don de conciliador, su prudencia política, las tablas que su andar le ha dado para aprender a escuchar  voces diversas y aun así, construir acuerdos. Hacer un gobierno que sea capaz de desarrollar el suficiente músculo para digerir la crítica sin encresparse y empezar a repartir culpas y descalificaciones a los que no coincidan con sus puntos de vista y decisiones, y tener la inteligencia de aprender a mejorar a través de ella, es uno de los más grandes desafíos que tiene un estadista; es la prueba reina que va a mostrar de lo que se está hecho, porque al final del día es lo que hace eficientes a los regímenes que se precian de ser DEMOCRÁTICOS, por ende, no cualquier mandatario está a la altura de semejantes expectativas. 

Nuestra actual miseria política deviene en mucho de esta ausencia.

Benjamín Disraeli -Primer Ministro de Gran Bretaña por allá de 1867-, expresó con claridad meridiana que lo que hace la diferencia entre un estadista y un político, es que el primero piensa en las futuras generaciones, y el segundo en el próximo proceso eleccionario. Un estadista no batalla para distinguir la apariencia de la esencia, en palabras llanas, no confunde macaco con tabaco. Se fija metas que aunque parecen imposibles, él sabe cómo hacerlas posibles, y sobre eso va. Un estadista es un ejecutivo eficiente y eficaz, sabe escuchar, preguntar, asesorarse. Predomina su responsabilidad social sobre el interés personal. El estadista no le dice al ciudadano lo que el ciudadano quiere escuchar si no lo que es. Como usted habrá caído en cuenta, generoso leyente, el estadista no es un líder normal ni un gobernante del montón, se trata de una persona con cualidades excepcionales para enfrentar y resolver crisis profundas o momentos de transición.  

Usted dirá cuántos estadistas tenemos hoy día en nuestro municipio, entidad federativa y país.

Esther Quintana Salinas
DÓMINA