Reconstrucción unánime
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Con el trampolín de julio y los clavados de agosto.
Feria, novenario, aniversario. Con fragancia vacacional y verano humedecido y tronador.
Llamaba la atención esa casa de pilastras y barandales de ventanas y chimeneas, con su fachada afrancesada y con jardín frontal. Siempre se antojó para algo cultural, artístico, recreativo. Como lugar de encuentros, eventos y convivencias. Pero sí. Se notaba deteriorada y sin mantenimientos. Llegó la chispa de medianoche y todo quedó consumido y ennegrecido. Esperemos que la genialidad de nuestros arquitectos edifique, en lugar tan privilegiado, una nueva construcción que llegue a ser idiosincrática de nuestra comunidad.
Muchos dicen que ya le tocaba, y que lo que no hizo la comunitaria iniciativa demoledora lo logró la llama sonámbula, contrabandista y voraz.
Uno siente que hay en la nación una corriente poderosa en mucha gente. Se trata de reconstruir la confianza. Es ahora como una casa de alameda que quedó ennegrecida y derrumbada. La confianza es muy inflamable. Cualquier chispa se convierte en incendio y la devora. Después de largo trayecto de falsificaciones, omisiones y lesiones en la vida pública, nada parece auténtico, se suponen las peores intenciones y se pronostican las pésimas decepciones.
Sin embargo, ahí está ese viento que no deja de soplar y va animando a quienes quieren sentirse protagonistas de ese caminar hacia el cuidado de lo que es de todos y para todos. Se quieren evitar los despilfarros, las sustracciones y las desviaciones. Que cada delito tipificado tenga su inmediata y correspondiente sanción proporcionada. Que se dé prioridad a débiles, pequeños, excluidos, mutilados, envejecidos y despojados procurando su bienestar. Y que haya medianía y austeridad en todos los servidores públicos, con un austero estilo de vida para no resultar enriquecidos frente a un pueblo indigente.
La tan cacareada transparencia, que sea una realidad, es un buen objetivo. Y el constante contacto directo informativo que no sea esporádico y que se enfrente al diario cuestionamiento de la opinión pública, es algo laudable. El sentido común capta el valor de estos caminos que no tenían huella de haberse antes recorrido. Y, después de tantas heridas de violencia, atrae la preferencia de buscar avances por diálogo y acuerdo, con respeto a manifestaciones opositoras.
Una crítica que no descalifica, sino que señala lo que podría ser mejor, es un servicio muy estimable para multiplicar lo confiable. Si cada quien aporta la sugerencia oportuna, el señalamiento certero, el asomo de lo contradictorio o discordante, ejerce una función civilizada y generosa. El uso de la noticia falsa o deformada que solo busca desprestigio es caer en un terrorismo mediático que resulta parasitario. El rumor que presenta temores inconsistentes e inventa comparaciones extralógicas, sin buscar objetividad, es volver a la falsificación obsoleta.
Poner ruinas sobre cenizas no es construir. Quitar cada ladrillo que otro pone no es colaborar. Sustituir el paso veloz con la zancadilla al vecino exhibe la propia ineptitud para un avance solidario. El viento parece soplar hacia una maduración de ciudadanía no sectarista ni partidaria sino con un sentido de reconciliación y reconocimiento recíproco de valores.
Quizá la ciudad pueda ver una nueva casa frente a la alameda, con un estilo actualizado, pero peculiar y emblemático. Su construcción puede inspirar la mejor actitud de todos, ante un deseo de transformación nacional no violenta en que todo lo confiable vaya reconstruyendo la confianza renovada y gozosa...