Releer a Hemingway 2/2

Ya luego, y aquí en este espacio de “CONTRAESQUINA”, la entrega pasada, lo abordamos desde el punto de vista del ser humano y la relación de la familia con la depresión y el suicidio: la bilis negra. Y como usted manda, varios lectores me pidieron más letras al respecto. Con su permiso, comenzamos de nuevo hoy. Para el escritor colombiano Gabriel García Márquez (Premio Nobel de Literatura), el mejor cuento escrito es uno de Ernest Hemingway titulado “Macomber”. La historia es sencilla pero la simbología, tipología, lecturas y desdoblamiento son ingentes.

Macomber sale a matar en la estepa africana a un león o a un búfalo, sale temblando de miedo a matar y al final se encuentra al fiero león; temblando de miedo lo enfrenta, temblando de miedo alza el fusil y apunta y al final lo abate. En una charla entre Gabriel García Márquez, cuando vivía, y su examigo, el también escritor Plinio Apuleyo Mendoza, el santo de Aracataca, Colombia, le confiesa: “Yo soy Macomber. Mejor dicho todos somos Macomber. Todos tenemos que cazar un león. Algunos hemos llegado a hacerlo. Pero temblando”. Todos tenemos miedo, todos temblamos de miedo ante nuestro destino. Matar un león es: cambiar de trabajo, cambiar de residencia, cambiar de ciudad, enfrentar una pertinaz enfermedad, enfrentar un problema económico... todos somos Macomber.

El miedo es un componente intrínseco, un componente mayor de la experiencia humana desde el origen de los tiempos. “No hay hombre que esté por encima del miedo –escribió un militar francés durante la refriega de un conflicto bélico hacia 1970– y que pueda vanagloriarse de escapar a él”. Existencialista siempre, el filósofo Jean Paul Sartre escribió: “Todos los hombres tienen miedo. Todos. El que no tiene miedo no es normal, no tiene nada que ver con el valor”. De aquí entonces el miedo siempre se combate, no siempre de maneras ortodoxas: lo amuletos, afiches y rosarios que llevan los hombres son esa parte mágica que jamás nos abandona. “La inseguridad (el miedo, las sombras, las tinieblas) es el símbolo de la muerte y la seguridad (la luz, la claridad) es el símbolo de la vida”, nos advierte el pensador Jean Delumeau. La cuestión es antigua, como el origen mismo de la humanidad y la Biblia es un tránsito mismo de la noche a la luz de la mañana; de las tinieblas, el miedo y las sombras, a la luz y claridad de la vida. El miedo, el temor es componente esencial del ser humano. ¿Miedo a qué? A todo: miedo a caminar, miedo a la noche, miedo a enfrentar una decisión en la vida, miedo a tomar la decisión equivocada… miedo a cazar un león, como Macomber, el personaje de Hemingway ya eterno.

Esquina-bajan

El ciego, dice la Biblia, que no ve “la luz del día” posee un sabor anticipado de la muerte (Tobías 3:17). Cristo mismo debe atravesar a la noche de su pasión. Llegada la hora, se entrega a la emboscada de la oscuridad (Juan, 11:10). García Márquez supo de este miedo, de este temor perpetuo y supo convivir con él, como con una enfermedad perniciosa y eterna. García Márquez es Macomber, el cazador que en la estepa africana se enfrenta con su destino: enfrentar su miedo, temblar ante el león y acabarlo de certero balazo. El miedo es temido, se le huye para no reconocerlo como ese otro ser que nos habita. Al miedo se le trata de engatusar y evitarlo lo más posible. En todas las épocas de la humanidad, la exaltación del heroísmo es engañosa y se encuentra inscrita en todo tipo de literatura. Ejemplo: la literatura caballeresca elogiaba incansablemente la bravura y heroísmo de los caballeros y denostaba la “cobardía y miedo de los villanos”.

De aquí entonces personajes como Juan sin Miedo, que tiene su significativo sobrenombre luchando contra los de Lieja en la Francia de 1408. Un ejemplo más: sobre Carlos el Temerario, los elogios son hiperbólicos: “Era altivo y de gran valor; seguro en el peligro, sin miedo y sin espanto; y si alguna vez Héctor fue valiente ante Troya, éste lo fue otro tanto”, escribió Georges Chastellain. ¿Por qué se elogia y diviniza a los valientes y se condena a los que tienen y padecen de uno de los sentimientos más arraigados y primarios del ser humano, como lo es el miedo? Porque el miedo puede ser inconmensurable e insuperable. Paraliza no pocas veces. Y en un mundo de literatura echa y escrita por varones (sigo sin ver la gran obra de las mujeres, por más que usted diga eso de la “equidad de género”), la cobardía es mal vista. La cobardía y el miedo no venden.

“La palabra miedo –escribió G. Delpierre– está cargada de tanta vergüenza, que la ocultamos. Sepultamos en lo más profundo de nosotros el miedo que se nos agarra a las entrañas”. Todos somos Macomber, porque todos salimos cotidianamente a la selva de asfalto y hormigón a matar un león, un búfalo, un miedo que nos corroe por dentro y pudre las entrañas. Un día, García Márquez ya no pudo sacarle la vuelta al león y tuvo que tirar del gatillo, temblando ante la presa, como el personaje literario de Hemingway. Al cobrar la presa, le dieron su trofeo: fue el Rey de Estocolmo quien se la entregó en mano: el Premio Nobel de Literatura.

Letras minúsculas

Dijo el Gabo: “Todos los días de mi vida me he despertado cagado de susto. Antes por lo que podía ocurrirme. Ahora por lo que me ha ocurrido”. Dos Nobel en la historia de la eternidad: Hemingway y García Márquez.