Satánica Navidad Vol.1
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Hace ya algunos meses me ufané en este mismo espacio editorial sobre mi adhesión al Templo Satánico, quizás el paso más largo, complejo y trascendente que haya dado en toda mi vida en materia de derechos civiles y compromiso con la sociedad.
Me tomó casi siete minutos completar el formulario, enviarlo y recibir mi notificación como nuevo miembro de este movimiento. ¡Siete minutos! Ya sé, no me lo agradezca (¿?), yo como sea, con gusto lo volvería a hacer si fuese necesario. ¡Ya ve! Así de desinteresado y entregado soy con las causas que atañen al bien común.
La verdad no estoy muy seguro de por dónde empezar a explicarle de qué va todo esto, porque más miedo que una eternidad con el Príncipe de las Tinieblas me dan cinco minutos con un fanático de Yisus H. Cráist.
Vamos por partes, dijo el “maistro” mecánico, primero quizás deberíamos decir qué NO es el Templo Satánico.
Antes que nada, es necesario deslindarlo de la Iglesia de Satán, fundada en la década de los 60 por Anton Lavey, y no porque este otro movimiento original esté desacreditado o se le pueda imputar cualquier actividad reprochable o aberración.
¡Para nada! Muy al contrario, los satanistas se esmeran por desmarcarse de la hipocresía de otras cosmogonías y creencias (¡cof, cof…. la cristiana… cof, cof!) y prefiere establecer pautas y preceptos bien sencillos de seguir para una vida en paz y en armonía con nuestros semejantes. Vamos a conocer (sin miedo, nadie lo va a excomulgar) los 11 mandamientos –sí, 11– de la Iglesia de Patitas de Cabra:
1. No des tu opinión o consejo a menos que te sea pedido.
2. No cuentes tus problemas a otros, a menos que estés seguro de que quieran oírlos.
3. Cuando estés en el hábitat de otra persona muestra respeto o mejor no vayas allá.
4. Si un invitado en tu hogar te enfada, trátalo cruelmente y sin piedad.
5. No hagas avances sexuales a menos que te sea dada una señal de apareamiento.
6. No tomes lo que no te pertenece, a menos que sea una carga para la otra persona y esté clamando por ser liberada
7. Reconoce el poder de la magia si la has empleado exitosamente para obtener algo deseado. Si niegas el poder de la magia después de haber acudido a ella con éxito, perderás todo lo conseguido.
8. No te preocupes por algo que no tenga que ver contigo.
9. No hieras a niños pequeños.
10. No mates animales ni humanos a menos que seas atacado, o para alimento.
11. Cuando estés en territorio abierto, no molestes a nadie. Si alguien te molesta, pídele que pare. Si no lo hace, destrúyelo.
¡Ya vio! No se abrió la Tierra ni lo fulminó un rayo. Y son casi todos los puntos bastante viables y sensatos. De hecho, con que siguiera yo al pie de la letra el primer mandamiento nomás, ya me habría ahorrado como la mitad de las broncas de mi vida.
El único para mí objetable es el número siete, pues no creo en la magia (a menos, claro, que la realicen Pen & Teller en Las Vegas).
Y esa es la diferencia más notable y fundamental entre el satanismo de Lavey y la nueva corriente del Templo al que yo estoy afiliado, que éste último no abriga ninguna creencia que contradiga las leyes de la física, nada absolutamente que refrende la idea de un mundo sobrenatural.
Sin embargo, la coincidencia más notable entre ambos movimientos es que ninguno cree o promueve la creencia en la existencia de un ser milenario de cuernos, cola y patas de cabra, aficionado a los rodeos de media noche.
Ni la Iglesia, ni el Templo Satánico creen en la existencia, pretérita o presente del Diablo, como tampoco en el futuro arribo, llegada o nacimiento de ningún Satán, Luzbel, Baphomet, Anticristo, Chamuco, Mesfistófeles, Belial, Pazuzu, Javier Lozano o bebé de Rosemary.
Entonces… ¿qué de satánicos tienen estos movimientos satánicos?
Pues es sencillamente que don Satanitas ha sido adoptado como símbolo de ilustración intelectual, en oposición al oscurantismo que durante siglos ha apuntalado la Iglesia.
La religión –especialmente la cristiana, no nos hagamos majes– ha prosperado mejor en épocas de ignorancia y analfabetismo, condiciones eminentemente favorables para proclamar y posicionar a un único libro como depositario de la verdad absoluta. Y es que no es que la Biblia sea irrefutable, es que te quemaban si la contradecías.
Ya sabe que si por el Vaticano fuera, el mundo entero sería de campesinos supersticiosos, muy puntuales por consiguiente con las contribuciones.
Hoy más que nunca necesitamos que la luz del satanismo entre en nuestros corazones (mejor dicho, en nuestras duras cabezotas), a ver si así ahuyentamos a los verdaderos demonios que merman nuestra existencia.
México y el mundo requieren con urgencia una buena dosis de Baphomet y yo le diré por qué, en la siguiente entrega, cuando estemos a punto de cortar el tradicional pavo navideño.
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