Un viaje a la colorida Tlacotalpan para este 2 de febrero
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La ciudad Patrimonio de la Humanidad es un refugio cuando lo único que deseas es relajarte, comer delicioso y tomarte un torito
TLACOTALPAN, Ver.— Cuando Juan Gabriel vino al pueblo paseó por sus calles al lado de Armando Vergara Mendiola, propietario del carrito de los helados “Nieves de Tlacotalpan”. Esto cuenta don Armando, siempre elegante, con su guayabera y paliacate al cuello, deambulando con añoranza. Le da un aire al “Flaco de Oro”, dice la gente…
Tlacotalpan está a una hora y media del puerto de Veracruz, en la orilla del Papaloapan, el “río de las mariposas”, (palotl significa mariposa y apan agua) en lengua náhuatl.
De aquí sé muy pocas cosas: que aquí nació Agustín Lara (supuestamente); que cada 2 de febrero se celebra con misa, huapangos y sones a la Virgen de la Candelaria; que en 1998 se convirtió en Patrimonio de la Humanidad por la Unesco y que en septiembre de 2010 el huracán Karl provocó graves inundaciones. Por cierto, sus 20 mil habitantes fueron desalojados.
A unos años del desastre muestra una arquitectura colonial bien conservada, de colores alegres y con una pátina de tiempo en sus muros que la hace única y encantadora. Es el típico pueblito en donde quisieras perderte un fin de semana. No por nada la llaman “la Perla del Papaloapan”.
El pueblo de colores
La primera parada es el Teatro Nezahualcóyotl. Es un recinto —que apantalla en su interior—mezcla de elementos art nouveau, art decó y del funcionalismo de principios del siglo pasado. Fue mandado construir por Porfirio Díaz, a petición de sus habitantes porque veían con malos ojos que las representaciones artísticas se hicieran en la Parroquia de San Cristóbal, pues se necesitaban recaudar fondos para terminarla.
El teatro se inauguró en 1891 con la opereta "El Anillo de Hierro". En la actualidad, su aforo no supera las 600 espectadores, y en el fondo del escenario cae un telón con un paisaje de Tlacotalpan.
Aunque el puerto me recibió con un frente frío, aquí el sol se asoma y se deja sentir con un poco de viento. Las calles están casi vacías porque hay mal clima, según me cuentan. La gente porteña suele suspender sus actividades cuando hay este tipo de eventos meteorológicos.
Entusiasmada observo todo a mi alrededor, como si nunca hubiera visto algo similar: a mi derecha una casa verde, le sigue una azul con detalles en blanco, una roja, otra amarilla. La paleta de colores es infinita.
También encuentro bicicletas en cada esquina o reclinadas en las columnas de los portales, y a hombres mayores, mujeres y niños yendo y viniendo en dos ruedas. Si lo deseas puedes unírteles rentando una bici.
A lo lejos escucho al guía hablar de la iglesia de San Miguel Arcángel, la más antigua de Tlacotalpan (1785) y conocida también como San Miguelito. De estilo neoclásico sus campanarios se construyeron a diferente altura. En su interior se resguarda una imagen pintada al óleo de Nuestra Señora de la Soledad. Le llaman la “Solita de San Miguel”.
Con lentes oscuros y sombrero encasquetado sigo mi paseo hasta la Plaza de Doña Marta, un parque enmarcado por una casa naranja y otra rosa, con puertas azul cielo. En una de las bancas de color ladrillo se encuentra sentada una pareja de ancianos que me saluda.
La placa sobre un muro de la plaza indica el nombre del lugar. En ella también se lee que aquí era donde se levantaban las viejas casas consistoriales, las de los frailes y la iglesia con su panteón. También se menciona que en el siglo 17 se rectifica el trazado de Tlacotalpan y se cambia la plaza mayor quedando este espacio sin nombre hasta finales del siglob 19, cuando se le bautiza como Plaza de Doña Marta, en memoria de Marta Tejedor de Scheleske, “vecina del lugar que se encargó de su limpieza y de sus plantas con esmero”.
Aquí se celebra anualmente el encuentro de jaraneros y decimistas, el 2 de febrero, Día de la Candelaria, la fiesta más importante de Tlacotalpan desde hace más de un siglo.
El festejo, en el que participa toda la comunidad, inicia en el río con la bendición de la Virgen.
Un torito
Hago una pausa en la “Cantina Blanca” para probar un torito, un trago típico veracruzano que lleva “piquete”: alcohol de caña, jarabe y mucho hielo. Hay de café, cacahuate, ciruela y muchos sabores más.
Tlacotalpan sabe…
> A dulce de almendras, a empanadilla de guayaba, a torito de cacahuate, a nieve de jobo (ciruela amarilla). Los principales platillos de la región son el arroz a la tumbada (una especie de paella un poco más caldosa), el lomo de robalo en salsa de acuyo (hoja santa con caldo de pescado, ajo, un poco de chile jalapeño y cebolla; todo guisado con aceite de oliva y bolitas de masa para darle cuerpo al platillo) y los camarones a la tlacotalpeña que se guisan con tomates, cebolla, aceitunas, alcaparras y vino jerez. En mis ojos hay una explosión de colores y en el paladar los sabores arman una fiesta.