A Mayra su esposo la indujo a iniciarse en el ‘criko’
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Mayra “N”, de 23 años y madre de un niño de 4 años, empezó a consumir cristal o criko presionada por su pareja, quien la agredía física y verbalmente, situación que la llevó a pensar en quitarse la vida.
A los 18 años se juntó con Édgar, adicto al cristal, mariguana y resistol, lo que ella sabía. En una ocasión, su mamá la buscó y llevó a casa, pero ella regresó al poco tiempo con su pareja, pese a las advertencias de la familia de que podía sufrir agresiones.
Al año nació su hijo y ella pensaba que no iba a caer en los mismos vicios. “Jamás había probado droga, sí las veía, pero no las consumía”. Con el tiempo, su pareja le empezó a meter ideas de que su madre y hermanos no la querían, que su padre no era tal, para alejarla de su propia familia. “Estaba bien dañada de mi mente, empecé a ver a mamá con coraje, me aparté de ellos”, recuerda.
Originaria de un racho de San Luis Potosí, dijo que era sumisa, obedecía a su pareja en todo, la privó de su libertad, no la dejaba trabajar, visitar a su familia y se molestaba si iba a la tienda. La celaba y la acusaba de “andar de volada”.
Luego, la amenazó con suicidarse si lo dejaba. “Sin ti, no puedo vivir. Si me faltas, me mato”. Ella permanecía a su lado a pensar “si lo llego a dejar se va a matar, me voy a quedar con la culpa y a mi hijo qué le voy a decir”.
Aguantó golpes, insultos y le decía que nadie la iba a querer, que solamente él la podía querer, y que ni siquiera su familia la iba a apoyar. Ella no tenía capacidad para poner límites, Édgar le impedía hablar por teléfono con su madre y hermanos, le checaba el Facebook, no le permitía ver a las amigas y a los dos años de estar juntos entró en depresión, dormía todo el día, no comía bien y se provocaba vómito.
Luego, su pareja la indujo al consumo de cristal. Era la única manera en que no había agresiones ni reclamos. “El cristal es una droga que te quita el dolor, sentimientos, todo, consumía para estar bien con él”.
Su madre empezó a sospechar que consumía drogas porque adelgazó en poco tiempo y se portaba agresiva cuando le ofrecía apoyo. Ella lo negaba, aunque estuviera drogada. Su hijo la llegó a ver drogada y ella empezaba a escuchar voces que le decían “¡pégale, pégale!”.
“Cuando estaba ‘sustanciada’, para no dañar a mi hijo, me salía con él a la calle, porque, quiera que no, estaba drogada, pero tenía mi mente en la realidad de que cómo voy a golpear a mi hijo. Me entraba la desesperación de querer hacerle cosas demasiado feas, le decía ‘vámonos a la calle’, yo decía, hay gente que me va a ver y si le intento hacer daño, me va a ayudar”.
El pequeño le decía “ya no fumes de eso, yo te amo”, pero ni así reaccionaba, hasta que en una ocasión Édgar la golpeo, la tiró al piso, la ahorcó y ella se desmayó. No lo denunció por miedo. Entró más en depresión y pensó en el suicidio, porque solo encontraba refugio en la droga.
El 21 de septiembre pasado sus padres fueron por ella, la sacaron de la casa y la llevaron a internar a la Casa Blanca Fundación Joven Saltillo, ubicada en la colonia Postal Cerritos. “Esa vez andaba bien loca, acababa de fumar criko”.
Desde entonces permanece internada y poco a poco ha cambiado su vida. Una vez recuperada saldrá a buscar trabajo, recuperará a su hijo y estudiará para ser maestra. Édgar ya tiene otra pareja. “Ni yo y mi hijo le importamos, él ya hizo su vida con otra persona”.