Historias de Alzheimer: le pido a Dios que me dé entendimiento y paciencia, dice Rosa Aguirre, esposa de paciente
Don José Guadalupe, de 71 años, hace poco más de un año, de un día para otro, empezó a olvidar las cosas y los diálogos que sostenía con su esposa segundos antes, de manera que le preguntaba “¿qué me dijiste?” y empezó a caer en desánimo, sin saber por qué, parecía que no tenía interés en lo que ocurría a su alrededor.
“Me di cuenta de que él empezaba a olvidar muchas cosas, está batallando con su memoria, olvida las cosas inmediatas, hay que insistirle en bañarse, como que nada más quiere estar descansando, como que se desconecta, no saber de preocupaciones o hacer actividades. Eso me empezó a preocupar”, refiere su esposa Rosa Aguirre Lira, de 69 años,
“A él le dijeron que tenía deterioro cognitivo leve, entonces hay que aprovechar que se puede mover e incentivarlo para que siga con su memoria, si no al 100, cuando menos que no vaya deteriorándose más, que no esté sin hacer nada”, comentó.
Con lágrimas en los ojos y voz que se quiebra por momentos, mientras su esposo la espera en una de las antesalas del Centro Estatal del Adulto Mayor, recuerda que la madre de ella también tuvo problemas de Alzheimer.
“Venimos aquí (al CEAM) muchos años y para mí es muy doloroso volver aquí, esa enfermedad es muy estresante porque como que se desconectan de lo que es la vida diaria. Por eso me animé a traerlo aquí, como quiera nos han dado muy buena atención, bendito Dios, con mi mamá me pasé años trayéndola aquí y se sentía bien, eso la animaba, hasta que falleció en el 2016, de 86 años”, dijo.
Don José Guadalupe Muñoz Muñoz debe recibir indicaciones y recordatorios constantemente y con las terapias que recibe presenta cierta mejoría, se ve motivado, aunque al principio se resistía, decía que se sentía bien. Ahora, se entusiasma porque las terapistas y psicóloga lo atienden bien, además, convive con otras personas.}
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De repente da la impresión de “que cómo que quiere sentirse en el Paraíso, no hacer nada, no moverse, nada más quiere estar comiendo, solo se levanta nada más a ver qué hay en la cocina para comer; manejaba, pero ya no”. Sabe de casos de otros pacientes que conducían el vehículo, pero empezaron a perderse en las calles.
“Yo ya no le insistía que manejara porque tenía miedo de que se fuera a perder. El me dice que porque yo cojo las llaves, por eso él ya no maneja, pero ya no me dice ‘quiero manejar’, y qué bueno, porque así estoy más tranquila de que no quiera salirse.
“Aquí como que me siento acompañada en lo que es la enfermedad esa, porque como quiera estar yo sola con él las 24 horas sí es muy estresante, estar nada más viendo que no vaya a dañarse, a que no esté nada más comiendo y que tenga que hacer lo que tiene que hacer. Aparte somos diabéticos los dos y si se desordena en la comida, hay que aplicarle la insulina todos los días”, expresó.
Tienen dos hijos casados, viven aparte, pero están al pendiente del estado de salud de su padre y procuran ir seguido a casa.
“Yo le pido a Dios que me dé entendimiento, sobre todo la paciencia que se necesita para poder atenderlo y que su deterioro sea leve, que se mejore. Si hubiera algo que yo supiera que le puede ayudar, le daría lo que necesita”. Su esposo termina la terapia y juntos caminan rumbo a la salida del CEAM.