Cementerios clandestinos

Saltillo
/ 5 febrero 2020

    No sé por qué tenía la curiosidad de saber cómo eran.

    Estar ahí.

    Ir y ver.

    Eran los primeros campos de exterminio que había descubierto el lagunero Grupo Vida en La Laguna.

    Y yo tenía que estar ahí.

    Conocerlos.

    Cómo no.

    Sí, me refiero a los campos de exterminio que estableció el sanguinario cartel de los Zetas en parajes desolados de la Comarca Lagunera.

    Y no me quedé con las ganas.

    Fui.

    Todo porque recién había leído una crónica de la excelsa periodista argentina Leila Guerriero sobre un viaje por la Patagonia, recogida en su gran libro “Frutos extraños”.

    Una obra realmente inspiradora, créame.

    Que a mí me ha inspirado a contar historias.

    Ya le digo.

    Un día salí con nuestro fotógrafo Omar Saucedo y nos internamos por esas carreteras de Dios rumbo a esos sitios del horror:
    Los cementerios de los Zetas de los que nadie dijo nada.

    La travesía de la barbarie nos llevó por pueblos como Estación Claudio, en Viesca; San Antonio de Gurza, Santa Elena y Patrocinio, en San Pedro, Coahuila.    

    Resultaron ser sitios escabrosos, oscuros


    Donde imperaba una vibra que ponía los pelos de punta, daba escalofrío.

    Lugares solitarios por donde no pasaba ni un perro.

    Y apenas y se miraban los insectos.

    Y luego ese viento que traía ecos como de ánimas en pena.

    “Está cabrón estar aquí”, decía mi compañero Omar cada vez que parábamos en uno de esos lugares en medio del monte, sombreados por pinabetes.

    A los Zetas les gustaban estos lugares para hacer sus masacres.

    Llegábamos a esas necrópolis con pura señas, porque ningún poblador se atrevía a acompañarnos.

    “Váyase ái derecho, mire, y luego tuerce y luego tuerce y luego tuerce y luego
     y ahí es”.

    Nadie osaba, osa, en los pueblos aledaños, acercarse a estos sitios de muerte.

    Las historias sobre estos campos eran invariablemente las mismas:

    La gente miraba pasar las trocas de malandros hacia el monte y en la noche se escuchaban gritos desgarradores.

    Las víctimas de los Zetas, secuestradas, torturadas, asesinadas y quemadas en tambos.

    “Yo cuando los vi pensé que eran de gente que venía a hacer carne asada”, nos dijo durante aquel viaje un pastor.

    No sabe la tensión.

    Y el miedo que pasa uno, nomás de oír esas historias.

    El resultado fue una crónica publicada en las páginas del Semanario.

    Y el resultado fue mi impotencia, mi coraje por tanta impunidad.

    Ésta fue la historia de los cementerios clandestinos de los Zetas, de los que nadie dijo nada

     


    Jesús Peña
    SALTILLO de a pie 

     

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