No existo
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Hace 30 años muy poca gente podía distinguir entre hardware y software. Hoy casi todos saben la diferencia entre los fierros como la computadora y el celular y las aplicaciones o programas que las convierten en aparatos con funciones totalmente distintas: brújula, linterna, calculadora, etc. Vivimos la era de las máquinas universales, conceptualizadas por el genial Alan Turing.
La modernidad no nos permite levantar 200 kilos, pero ha generado una capacidad de cómputo, comunicación y de control que pone en nuestras manos un potencial de cambio tan grande que nos falta imaginación para sacarle todo el provecho posible.
Gran parte de nuestra vida migró hacia el internet y su gran conectividad. Surgen las redes sociales, los correos electrónicos y una gama de sistemas de mensajes instantáneos que nos permiten darle la vuelta al mundo en fracciones de segundo. Toda esta velocidad es desquiciante y a la vez seductora. El que está fuera de internet es como si no existiera. Queda aislado, incomunicado.
Estamos en una coyuntura evolutiva como personas, como miembros de una familia, de la comunidad y de la sociedad en general que no sabemos a dónde nos vaya a llevar. El caballo de la tecnología corre desbocado y son pocos los que pueden ufanarse de decir que traen las riendas en lo que a sus personas se refiere. Y hasta allí, si acaso.
El más rezagado en este desarrollo es el Gobierno. Pobre Gobierno. Diseñado hace tres siglos por una tecnología de información de lo más primitiva llamada el paradigma burocrático. Las estructuras burocráticas se crearon para resolver problemas a base de especialización de trabajo para un mundo estático, que no cambiaba ni de una generación a otra.
Ahora con la velocidad del cambio, el Gobierno se ve lento, muy lento y hasta incapaz. Con perdón y en contradicción con la tesis del presidente Peña Nieto, la corrupción es un subproducto natural e inevitable de un sistema que se sale totalmente de control con la obsolescencia súbita de todas las instituciones. Si de por sí nunca dominamos el aparato burocrático, con mayor razón ahora en la era digital está extra, súper-tronando.
Va una probadita. Una persona va a tramitar la reposición de credencial del IFE, ahora INE. Los datos ya están allí capturados recientemente. Su sola cara, recientemente fotografiada, debiera servir como identificación. Pero nay nay, existe una Secretaría Técnica Normativa (STN) del INE que ordena que ni siquiera mostrando un pasaporte se autoriza expedir la copia. Solo hay un procedimiento: hacer todo el trámite de nuevo.
Tenemos varias redes de cómputo en el Gobierno que no hablan entre sí. Pasaportes no habla con el Registro Civil, ni con el CURP, ni con la compañía de teléfonos, la CFE o el Seguro Social. Tampoco con el departamento de Licencias de manejar. El INE no habla con ninguno de ellos tampoco. Así el CURP genera un clave y el INE otra.
Si te toca la de malas que el Registro Civil no haya capturado tus datos en su sistema, no hay manera de que puedas tramitar ni tu credencial de elector, ni podrás ser alcalde o regidor. La misma STN del INE decretó no aceptar copias de actas de nacimiento certificadas por notario. ¡Wow! Quien no sepa el número de la oficialía y número de acta de nacimiento puede proclamar a los cuatro vientos: no existo.
Este ejemplo de disfuncionalidad se podría aplicar a cualquier Secretaría de Gobierno. Pregunto: ¿Acaso el Gobierno tiene expertos analizando como crear un gobierno mucho menos despilfarrador y más eficiente? Apuesto a que no.
Las burocracias no están hechas para comunicarse entre ellas. El yo ciudadano integral no existe. Somos prisioneros cautivos en diferentes cajoncitos clasificatorios. Cada burocracia tiene una versión diferente de mi persona. Para mi país, todo hecho bolas, YO no existo.