Academia mexicana a vuelo de pájaro
La música mexicana de concierto inició sin saber que iniciaba. Los obispos de las diferentes catedrales novohispanas recibían con los brazos abiertos a los músicos europeos para satisfacer la demanda de cristianizar a las naciones indígenas mediante la música. En las catedrales se componía para los servicios y propiamente para la evangelización. De los 300 años de Virreinato quedó un riquísimo catálogo de motetes, misas polifónicas, villancicos, cantos gregorianos, salmos, e himnos, siguiendo el estilo barroco europeo. Quizá la música más interesante fue la que resultó de la fusión de ritmos, instrumentos y estilos musicales indígenas, africanos y europeos. Sin embargo, y a pesar de los cientos de composiciones, nunca se pensó en la posteridad, ni siquiera en adoquinar el camino para una futura música mexicana. Se componía para lo inmediato y después se tiraba al olvido.
Para dar testimonio de esta riqueza sonora escúchese a los españoles Hernando Franco, (1532-1585), maestro de capilla de la catedral de México; Juan Gutiérrez de Padilla, (1590-1664) maestro de capilla de la catedral de Puebla; el portugués Gaspar Fernándes (1566-1629), y una docena de compositores más. Mexicanos hubo uno: Manuel de Zumaya (ca. 1680-1755), nuestro primer gran compositor, maestro de capilla de la catedral de México y autor de la primera ópera mexicana: Parténope (1711). El flautista Horacio Franco rescató y grabó con su Cappella Cervantina, un buen de esta música. (Está en Quindecim Recordings)
El 2 de agosto de 1822, apenas coronado Agustín de Iturbide, inició sus ensayos la orquesta de la capilla imperial. De aquella aventura que se desvaneció en el intento, permanece el nombre de su director: José Mariano Elízaga, (1786-1842) -) de quien se conserva la obra para piano Últimas variaciones. Él, como José Bustamante, Joaquín Beristaín, o Aniceto Ortega, consiguieron encontrar un sello distintivo de lo mexicano, tarea sin duda ardua hasta la pared de enfrente, y en lo que consiste su verdadera aportación.
A ésta se fueron sumando, en los tormentosos años del siglo XIX, músicos académicos, como Tomás de León, (1823-1893) Melesio Morales, (1838 -1908) Cenobio Paniagua (1821-1882) o Joaquín Beristaín (1817-1839), el Pancho López de la música mexicana: a los 17 años fue director de la ópera de la ciudad de México, fundó la simiente de lo que sería el Conservatorio Nacional, compuso una misa y murió a los 22 años.
El estilo musical mexicano, avivado por el imperativo juarista de construir una república, se afrancesó con la llegada de Díaz. Desde su presidencia imperial, envió a los músicos a Europa a perfeccionar su arte. Esta huella se manifestó en una generosa y bella serie de música de salón, danzas y romanzas, compuestas por Ernesto Elorduy (1854-1913), Felipe Villanueva, (1862-1893) Ricardo Castro, (1864-1907) y tantísimos más. Quienes defendieron lo nacional, de entre esa generación, fueron dos: Juventino Rosas (1868-1894), y Manuel M. Ponce (1882-1948), ambos autores de sendas obras de fama internacional: Sobre las olas, y Estrellita.
Con la Revolución, y una renovada búsqueda de qué es lo Nacional, emergió un grupo imbuido por un portentoso amor a México: El grupo de los cuatro — Daniel Ayala (1906-1975), Salvador Contreras (1910-1982), Blas Galindo (1910-1993), y Pablo Moncayo (1912-1958)—, tutelados por Carlos Chávez y Silvestre Revueltas. Después de ellos ya no había duda de que México tenía Música Nacional. Lo que seguía era experimentar. De Julián Carrillo y su sonido 13 hablaremos en otra entrega.
Samuel Conlon Nancarrow (1912-1997), Rodolfo Halftter (1900-1987), Raúl Lavista (1913-1980), por citar apresuradamente, fortalecieron el espíritu experimentador. No es que antes no haya habido, baste escuchar 8 X radio de Revueltas para darse cuenta.
Así llegamos a Alfonso de Elías (1902-1984). En él se conjugan las dos corrientes que nutrieron a México durante el siglo XX. Por una parte, está un acendrado espíritu nacionalista, presente en sus obras orquestales, como El jardín encantado, y Cacahuamilpa; por otra aparece la influencia europea en su obra pianística. Admirador profundo de Manuel M. Ponce, desarrolló lo que pudiera llamarse un neo-romanticismo mexicano que invoca a José Rolón (1876-1945), y a Manuel M. Ponce.
El vuelo de pájaro se ha cumplido.
Encuesta Vanguardia
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