Agenda educativa (6)
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Este maldito calor me tiene jodido. No sólo en mi cuerpo, en mi enjuta humanidad, no; me tiene jodido en eso llamado alma, mente y corazón. Escribo estas líneas el 25 de octubre y como bien me dijo hoy el ácido y más letal periodista de investigación que ha dado el norte, Luis Carlos Plata, es como si fuese... mayo. Habitamos un verano perpetuo como lo he escrito ya antes. No hay salida. No hay dónde escondernos. Donde esconderse. El clima nos va secara la piel, los huesos y el cerebro.
“No veo que ninguna zona esté a salvo (del mundo)... No hay ningún lugar al que correr, ningún lugar dónde esconderse”. Las palabras anteriores de tintes apocalípticos son de Linda Mearns, científica climática del Centro Nacional Estadounidense de Investigación Atmosférica en su reciente informe. En pocas palabras es lo siguiente: el calentamiento global, el maldito calor rebasará los acuerdos de buenas intenciones que se firman periódicamente en eso llamado “Acuerdo de París”. No hay a dónde correr ni dónde esconderse señor lector.
Este calor me está secando. Es literal. Y con el calor, también lo he escrito ya un buen de veces anteriores, no puede concentrarme en escribir poesía, literatura. El asfixiante y perpetuo verano no me deja estar atento a la polución de mis ideas. Ya hace tanto calor en otoño e invierno, que parecemos habitar lo mismo versos de Carlos Pellicer o bien, las novelas de Gabriel García Márquez. En el libro de entrevistas que le hizo su amigo, Plinio Apuleyo Mendoza, el Gabo recuerda sus días de vendedor de libros y enciclopedias en la Guajira colombiana, donde se hospedaba en modestas pensiones y hoteles de quinta categoría donde se “espantaba mosquitos y deliraba de calor en un cuartucho de hotel...”
No hay tregua ni reposo. El siempre letal y deslenguado Luis Carlos Plata aparece por segunda vez hoy en mis letras. Lo ha dicho con una economía de palabras digna de elogio: el invierno y aquí en el norte, se ha reducido dramáticamente a “un mes y medio. No más”. Le creo. ¿Seguir confinados así, en tan oprobiosas condiciones de vida? No lo sé. Cada quien debe de hurgar en su interior y sacar fuerzas de lo más recóndito de su ser. ¿Vivir perpetuamente entre insectos, moscas, calor asfixiante, cucarachas y todo tipo de bichos como el virus de la pandemia china?
Hay un texto perturbador del poeta Gonzalo Rojas donde de plano, prefiere y se decanta por las moscas que el leer la “Biblia de Jerusalén”. Prefiere las moscas porque son “pútridas y blancas con los ojos azules y lo/ procrean todo en el aire/ como riendo...” Al preferir lo anterior, dice luego en su texto, mucho antes del Génesis, es “leer el mundo como hay que leerlo: de la putrefacción a la ilusión”. Para desgracia mía y sólo en mi muy personal caso, no tengo esperanza. 35 grados hoy 25 de octubre. Ya no creo ni en el otoño ni en el invierno, para jamás estar decepcionado. Puf.
Esquina-bajan
Punto uno: hablé a título personal de mi fe y creencias. De mis fobias que me acompañan. ¿Y los jóvenes en qué creen o en qué no creen? ¿Usted a quien respeta, qué oficio o profesión admira en México hoy? Acaso la del militar, la del policía; tal vez usted respeta y admira a un médico, a un doctor (verdaderos héroes en esta maldita pandemia), a un arquitecto; a un investigador, a un profesor, a un abogado, a un científico; o tal vez usted tiene en su más alta escala de valores a un cura, a un sacerdote.
Punto dos: Lo bien cierto es lo siguiente: según la Encuesta sobre la Percepción Pública de la Ciencia y la Tecnología levantada por el INEGI y el Conacyt (2018), 4 de cada 10 mexicanos respetan y admiran el trabajo realizado por los cuerpos de enfermería. Incluso, admiran más a los enfermeros que a los médicos (hay más de medio millón de enfermeros en México, según los datos del INEGI. De cada 100 enfermeros, 85 son mujeres). Las mujeres lo han apostado todo, como siempre.
Punto tres: Entonces si esta admiración está asentada en encuestas verificables ¿Por qué no se ha reflejado en el mundo real en este México de pandemia? Los ataques aunque han bajado notablemente, fueron primitivos y brutales en contra de médicos y enfermeras. Los ataques se produjeron en los 32 Estados de la República Mexicana. Nadie se salvó. Lo anterior nos retrata de cuerpo entero. Ignorancia y brutalidad como signos de conducta identificables en nuestra accionar cotidiano.
Punto cuatro: Con Internet, la oscuridad medieval se ha disparado: la ignorancia es un pandemónium. Para el investigador norteamericano Claude Fischer, la cantidad de estadounidenses que creen en los espíritus ha pasado de “1 de cada 10 a 1 de cada 3”. Y añade: hoy es más recurrente que un joven diga que fue a consultar un vidente, cree en espíritus y casas embrujadas, a que lo crea una persona madura.
Punto cinco: ¿Y los jóvenes nuestros? Un estudio de la UNAM estima que hay alrededor de 30 mil brujos en México. El investigador Elio Masferrer Kan, antropólogo, deja caer esta cifra: hay 100 brujos por cada 3 mil 500 ciudadanos. Según la Encuesta sobre la Percepción Pública de la Ciencia y la Tecnología en México, elaborada por Conacyt y el INEGI, 83.6% de los mexicanos reconoce confiar más en la fe y “poco en la ciencia”. Así las cosas con los jóvenes educados en Internet y las redes sociales lo cual todo lo pudren.
Letras minúsculas
“¡Verano, boca inmensa. Vocal hecha de vaho y jadeo!”, Octavio Paz. Este perpetuo y maldito verano me está secando...