AMLO nos está desmadrando el País, sí, nuestro País...
“No es signo de buena salud el estar bien adaptado a una sociedad profundamente enferma”: Jiddu Krishnamurti
¿De qué material estamos hechos los mexicanos?, ¿qué nos circula por las venas?, ¿qué necesita suceder para que algo nos saque de nuestra desgraciada indiferencia y nos compele a movernos?, ¿por qué nos vale sorbete la clase de políticos de basura a quienes les pagamos con largueza para que nos sirvan, no para que nos joroben la existencia, y vemos sus ruines procederes, y ni nos inmutamos?
Hace ya muchos años leí el Laberinto de la Soledad, del Nobel mexicano Octavio Paz, y él es el primero que reflexiona sobre la identidad y la nación mexicana en plena mitad del siglo XX, justo cuando el país empezaba a sufrir las desilusiones del movimiento de 1910, del que se suponía iba a surgir un México diferente. Coincidía el momento de las miserias de casa con la expansión de la ideología socialista enfrentada a la transformación capitalista y las consecuencias de la Segunda Guerra Mundial terminada en 1945.
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En su ensayo publicado por primera vez en 1950, porque luego viene otro con modificaciones en 1959, plantea el discurrir de la propia conciencia sobre nuestra identidad, sobre esa condición íntima de ser mexicano. Y para ello analiza los símbolos, las actitudes, las conductas, los modales, los rituales que explican de alguna manera qué somos y por qué somos como somos.
Su tesis sustantiva versa sobre la convicción de que el ser mexicano incuba en la soledad, pero no como asunto existencial, sino como imagen histórica. Su ejercicio parte en primer lugar, de mirar nuestra identidad, pero proyectada fuera de nuestras fronteras, ¿cómo nos ven los de afuera? Luego hace su inmersión en el corazón mismo de México, analizando las “máscaras sociales” derivadas del “ninguneo” como práctica colectiva. Y se vale de los símbolos de las celebraciones que acostumbramos y de esa particularidad del culto a la muerte, percibida como la venganza de la vida y culmina con el análisis del patriarcado, que enraíza en la humillación y violación simbólica de la madre.
Y partiendo de esta visión tan rica y profunda que presenta el maestro Paz, quizá eso sea lo que explique nuestro valemadrismo hacia lo que de sobra sabemos que nos daña, pero que no combatimos, simplemente le sacamos la vuelta, castigándolo con “el látigo de nuestro desprecio”. Y las máscaras... “A rajarse a su tierra”... “Pinche, el que se raje”... y el remate, para esconder el temblor de corvas... “Aquí te estrellas, cabrón, vas y chingas a tu madre”... siempre es la madre con la que se escupen y se limpian.
El mexicano ama las fiestas, lo destaca don Octavio, son sus canales para gritar sin miedo, son catarsis a los silencios cotidianos que se autoimpone, para que nadie lo tilde de agachón, ni de borrego. Por eso hay dos fiestas que lo subliman, el día de muertos y la del grito de independencia. Es pasado, es recuerdo, vive en el recuerdo, el mundo real no lo deslumbra, y es que ahí está su soledad. Y hay soledades que se sigue tragando, que permanece evadiendo porque rebasan su ira, su congoja, su propia rebeldía. No se atreve a enfrentarlas, por eso nada más “les chinga la madre”. Otro señalamiento muy significativo. En aquel 1950, existía un grupo cultural que denominaban “pachucos”, eran bandas de jóvenes, casi siempre mexicanos, con un deseo claro de ser distintos. Para Paz, el pachuco pretendía infundir miedo, escondía su frustración de sentirse arrancado de lo que era suyo y daba palos de ciego aferrándose a lo que no era, en lo que no encajaba.
Y al final del día esa era su soledad, esa ansia de encontrar su origen, aunque la respuesta la tenía en la piel, en la sangre. “El ser o no ser” al mismo tiempo. Hoy ya no se llaman “pachucos”, hoy son los millennials, los influencers, los de las redes, los del celular de 24 horas, ahí refugian sus soledades... dicen que son una generación sin límites... upss.
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Hoy las mujeres ya no se encierran en un convento, para poder ser y hacer, como Sor Juana, hoy son libres e iguales, dice en el papel... ¿Y en el mundo de “adeveras”?, ¿cómo explicamos nuestro laberinto en pleno siglo XXI? Todavía arrastramos soledades interiores que nos achican y nos desinflan al menor movimiento de amenaza al mundo en que escondemos la irracionalidad de nuestros miedos. Todavía nos da miedo ser nosotros, y eso explica quizá por qué continuamos agachando la cabeza ante basura que llega a los cargos públicos a servirse, a darse baños de pureza y probidad, y comportándose en los hechos como escoria.
Con esto empecé mi texto, cuestionando el por qué no actuamos. ¿Por qué no valoramos el protagonismo que por derecho tenemos como ciudadanos de este país?, ¿por qué preferimos seguir cargando bultos podridos de irracionales que quieren que todo cambie para que siga igual?
El tipo que hoy lleva la banda presidencial, es un rufián de la cabeza a los pies. Todos los días lo exhibe y lo presume. Los gañanes de su partido y anexos, que son mayoría en las dos cámaras, representan los intereses de él, no los de los mexicanos. Han dado prueba de ello, con creces. Este jueves rubricaron su lealtad supina en la mugre denominada Presupuesto de Egresos que aprobaron, valiéndoles una pura y dos con sal la suerte de Acapulco, la vida, el modus vivendi, la salud, de millones de guerrerenses. Nos vemos el 2024 en las urnas. Es cuestión de honor la derrota de este régimen de vileza que llegó en 2018. Ni un día más. México es nuestro, no del dictador de pacotilla que vocifera a mañana, tarde y noche, que él es la reencarnación del bien. Nos vamos a tragar el miedo y cuanto nos impida recuperar a nuestra PATRIA.
Posdata: Zaldívar, qué orfandad la tuya.
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