Crisis existencial y la necesidad de teatro
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No se puede ser artista escénico sin antes haber tenido una o varias crisis existenciales. Es prácticamente inevitable, pues tarde o temprano el artista tendrá que toparse con la idea de que su profesión no es del todo necesaria. No somos doctores, no producimos alimentos o enseres de primera necesidad. Entonces, ¿qué es lo que estamos haciendo? Afortunadamente, existe literatura al respecto pues muchos ya se han preguntado lo mismo.
Eugenio Trías en su libro El artista y la ciudad aborda su propia reflexión sobre el ser artista, su relación con la sociedad y su papel en ella de una manera que, honestamente, genera más preguntas que respuestas. Sin embargo, es una fuente que me parece que plantea un camino bastante interesante desde las ideas de Platón sobre el papel de los “artistas de la representación” dentro de su ciudad ideal hasta el pensamiento del siglo XX, cuando ya nos encontramos con las llamadas “vanguardias históricas”. Es, por cierto, una lectura bastante común en los planes de estudio de las escuelas de teatro en América Latina y probablemente una especie de rito de pasaje: tener tu primera crisis existencial al enterarte de que Platón te consideraría una aberración de la existencia. Pero ya llegaremos a eso.
Menos conocido, pero no menos recomendable, es el libro de Denis Guénoun ¿El teatro es necesario? Este libro, a diferencia del de Trías, viene desde un lugar más cercano, dado que Guénoun es también actor y el honesto título demuestra que él también ha tenido sus propias crisis existenciales. El libro, al igual que el de Trías, es un recorrido desde los griegos hasta la actualidad, pero mientras para Trías el eje es la relación entre artista y sociedad –representada por la figura de la ciudad– para Guénoun el eje es la relación entre el artista y la propia idea de representación como uno de los elementos que hacen al teatro ser teatro.
Ambos libros resurgen en mi biblioteca ahora, en una etapa en la que nuevamente me encuentro con la eterna pregunta de cuál es el teatro que se supone que deberíamos hacer y si realmente el arte escénico puede aportar algo en la era del streaming y el ensimismamiento tecnológico. Por supuesto, adelanto que mi respuesta para la pregunta sería que sí, hoy en día todavía el teatro es necesario, aunque no necesariamente el teatro que estamos haciendo. De todas formas, la conclusión dada me llevó su tiempo y por lo tanto es posible que me lleve más de unas pocas letras llegar al meollo del asunto. Por ahora, entendamos que a Platón no le caíamos bien y que, si bien en sus últimos trabajos se atrevió a revisar su pensamiento, nunca llegó a dar una respuesta claramente distinta a respecto del papel del artista en la ciudad misma.
Para Platón, el merecer un lugar en la ciudad radicaba en que dicha persona fuera capaz de cubrir una necesidad; por eso, en La República, el filósofo establecía una relación de suma importancia entre la persona, su identidad y su papel en la división del trabajo, al punto que un individuo que encarnase diversas actividades y oficios resultaba impensable. Una figura, quizás, como el artista escénico.
Fue Aristóteles, su discípulo, el que se atrevió a disentir. Para él, el lugar del artista estaba claro, pues no lo pensaba como un simple imitador, sino como productor. Para él, el ideal de artista era el del artista creador. A la pregunta de ¿por qué existen las representaciones? Aristóteles respondía que “desde la infancia los hombres tienen inscrita en su naturaleza al mismo tiempo una tendencia a representar y una tendencia a sentir placer con las representaciones”. Inclusive, el filósofo consideraba esta característica como una de las cualidades que diferencian a los humanos de los animales. Si no sabían por qué los teatreros aman a Aristóteles, pero no a Platón, ahora ya lo saben. A nadie le gusta ser expulsado de la ciudad, aunque sea una ciudad imaginaria.
Continuará...
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