Cuatro letreros saltilleros
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A muchos les disgusta que el semáforo se ponga en rojo cuando van manejando. A mí, la verdad, no me molesta. Es más: pienso que así como hay semáforos de calle también los debería haber de vida. Si los hubiera me habrían evitado bastantes choques y muchos descalabros.
El breve tiempo que transcurre entre la luz roja del semáforo y la verde es muy aprovechable. Algunos conductores −el 78 por ciento, aproximadamente− lo usan para hurgarse la nariz. Muchas damas se miran en el espejo retrovisor, que traen acomodado especialmente para tal efecto, y no para el propósito que el dicho espejo tiene. Casi todos los automovilistas se impacientan, y tamborilean inquietos con los dedos sobre el asiento o el volante.
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Para mí la luz roja del semáforo es muy útil. Gracias a ella, por ejemplo, supe lo que es una milmillonésima de segundo: es el tiempo que media entre el momento en que la luz roja cambia a verde y el instante en que el imbécil que está atrás de ti te suena el claxon para que te muevas.
Yo utilizo el alto para echar una ojeada a eso que se llama “el entorno urbano”. Suelo ver entonces cosas de mucho interés. Ayer, por ejemplo, pude ver cuatro letreros que me llamaron la atención, hasta el punto que los registré en la memoria a fin de compartirlos hoy contigo.
El primero lo vi en la esquina de Presidente Cárdenas y Lafragua. Éste es el nombre correcto de esa calle, y no “La Fragua”. Lafragua se apellidaba don José María, el prócer que dio su nombre a esa calle. Decía así el letrero, en una refaccionaria: “Promoción de Anticongelante. Instalación gratuita”. ¡Anticongelante! ¡Y estábamos a 35 grados a la sombra! Ni la burla perdonan, como antes se decía.
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El segundo letrero estaba en un carrito. El carrito no tenía otra cosa más que cocos. En la cubierta, cocos. En la vitrina, cocos. Arriba, cocos. Cocos abajo, y a los lados cocos. Cocos a la derecha y a la izquierda. En una tina, cocos. Y proclamaba el letrero, escrito en grandes caracteres: SE VENDEN COCOS. Poca confianza tiene el vendedor en la inteligencia del humano género.
Después, más adelante, otro letrero. Éste se hallaba en un camión de redilas lleno de naranjas. Ofrecía el cartel correspondiente: NARANJAS NATURALES. Pienso que las de uso común son así todas, naturales, aunque ciertamente Anthony Burgess imaginó una naranja mecánica. Supongo que el letrero de “naranjas naturales” salió así por influencia de otro que vemos con frecuencia, el que anuncia jugo de naranja natural. Algo parecido le sucedía al dueño del vivero llamado Plantas de Ornato Tovar. Llegaba la gente y preguntaba: “¿Está don Ornato?”.
El cuarto letrero de la serie lo vi en un automóvil que su propietario vende. El anuncio decía: “85 mil $. Negociable”. O sea pa’ caer en 80. Me hizo recordar ese letrero el que vi en una ventana saltillera hace ya muchos años. Rezaba así ese cartel: “Vendo piano en mil 500 pesos. Lo menos, lo menos mil”.
Encuesta Vanguardia
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