Aquella vez tuvo don Luterito (Eleuterio se llamaba, pero todos le decían don Luterito) que venir al Saltillo. Se sometió a la tortura de vestirse y calzarse
Esta señora era casada, pero como si no lo fuera: igual se dedicaba a su trabajo. Tal trabajo era de cama. Su esposo lo sabía, pero estaba conforme con el oficio de su mujer, pues él no tenía ninguno
A mí también, lo confieso, me falta café. Tengo cosas menos importantes que hacer, y tal vergonzosa circunstancia me veda el lujo de ser asistente cotidiano a una de esas tertulias
El nombre debe haber sido muy gustado, pues con frecuencia lo he encontrado en cartas y relatos del antepasado siglo. A más de ‘mamá Lata’ otras dos Liberatas hay que quiero recordar
La escena cumbre del film, la que se graba indeleblemente en la memoria, es aquella en que Chopin está tocando un recital, enfermo ya irremediablemente de tuberculosis
De pronto aquella árida visión se enriqueció. En la ventanilla apareció un par de bien torneadas piernas de mujer. Pertenecían a una soldadera que viajaba en el techo del vagón
Extraño libro es éste, y aburrido. Pero los pocos trozos que espigué dan la razón al Manco de Lepanto: ciertamente no hay libro, por malo que sea, que no contenga algo bueno