El celibato sacerdotal no es un dogma: un exceso de la Iglesia
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Con el debido respeto que me merece la Iglesia católica, me permito ofrecer, humildemente, mi opinión sobre un tema que últimamente ha provocado declaraciones por parte del papa Francisco en relación con el celibato sacerdotal, y que con anterioridad ya había hecho el papa Juan Pablo II.
En una carta de 1979 Juan Pablo II afirmó: “fruto del equivoco –si no de mala fe– es la opinión con frecuencia difundida de que el celibato sacerdotal en la Iglesia católica es sólo una institución impuesta por ley a aquellos que reciben el sacramento de la orden”.
Sin embargo en la audiencia general fechada el sábado 17 de julio de 1993, 14 años después, un comunicado del Dicasterio (organismo especializado de la Curia Romana) llamado “La lógica de la consagración en el celibato sacerdotal”, explica por qué la Iglesia reafirma el celibato, y a pesar de ello, puntualiza el Pontífice, “que el celibato no es esencial para el sacerdocio. No es una ley promulgada por Jesucristo”.
Esa declaración se expresa en frases establecidas en el evangelio, tomándolas como criterios de la propia Iglesia puesto que “el celibato se basaba en el seguimiento de los apóstoles a Jesús dejándolo todo, y por su adhesión más plena a Cristo a modo y servido con un corazón indiviso por lo que el celibato ayuda a que el sacerdote se dedique por entero a la Iglesia”.
Por a su parte, Francisco hace pocos días dijo que “el celibato en la Iglesia es una prescripción temporal y que no hay ninguna contradicción para que un sacerdote se pueda casar”.
Tomando en cuenta lo anterior, quiero reproducir a continuación la columna que escribí el 19 de julio de 2012, hace once años, misma que repito ahora en virtud de que ha cobrado actualidad de acuerdo a las declaraciones del papa Francisco, en el sentido de que el celibato sacerdotal no es un dogma y dice así:
“Legislar en contra de la naturaleza humana, no es humano. Dios nos creó a su imagen y semejanza, es decir, somos un espíritu encarnado.
Dios dijo ‘creced y multiplicaos’, y para multiplicarnos debemos realizar el acto de amor más sublime, la conjunción maravillosa, el fundirse en el más puro e inmaculado acto de la posesión y esperar el resultado hecho alma y materia en la descendencia, fruto bendito traducido en hijos. Entonces, ¿por qué estar en contra de lo que dijo Dios?
Respeto la legislación de la Iglesia católica que he profesado desde siempre, sin embargo difiero del mandato establecido que obliga a los sacerdotes a permanecer célibes, estado que va contra una de las funciones consustanciales al ser humano que es la reproducción.
La atracción y el sentimiento entre géneros se dan, no depende del individuo ni de lo que diga la Constitución Apostólica o cualquier normatividad que regule las acciones de la Iglesia, no es si se quiere o no se quiere, simplemente ocurre.
Considero que el celibato es un exceso de la Iglesia fundamentado en que cuando se instituyó obraban otras circunstancias y otros propósitos muy distintos a los de ahora con todo y que el sentimiento de amor siempre ha existido, y siempre existirá, pues hay polos que se atraen.
No se debe prohibir amar a una mujer, la prohibición no suple ese sentimiento, este nace por sí sólo, y lo bendice Dios con la presencia de los hijos. Esas son prohibiciones artificiales cuya falsificación demerita la especie humana, en este caso al sacerdote, al cual lo sitúa en un lugar al que por naturaleza no le corresponde.
Por lo tanto no sé de pábulo a que miembros de la Iglesia cometan hechos de pederastia, ni mucho menos reprimirles un acto natural que por el sólo hecho de ser humano le pertenece, como es el ayuntamiento entre hombre y mujer, pues esas prohibiciones contranatura los induce a que lleven en secreto sucesos heterosexuales, cuando realmente son actos de amor, no sólo de placer”
Se lo digo EN SERIO.
franciscoaguirreperales@gmail.com
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