El hombre planta
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Pues el hombre planta me alimenta la imaginación solo de haber visto las fotografías.
Todavía veo con asombro la imagen del hombre planta. Es un hombre que inserta ramas verdes y frondosas o tallos en la cintura. Allí va caminando por las calles del centro de la ciudad como imagen poderosa. A veces, dice el artista Antonio Olvera -que fue quien me compartió dos imágenes de él-, también se roba ramilletes de flores de alguna florería descuidada y anda absorto, abrazado a ellas. ¿Será que avanza con la sensación de que así, con las plantas, está completo? Esta es una metáfora y una verdad al mismo tiempo.
Planta proviene del griego platos, que significa ancho y plano. ¿Se deberá a esas hojas que en algunas latitudes son amplias, tanto que también se usan como platos o incluso como cucharas?
Pues el hombre planta me alimenta la imaginación solo de haber visto las fotografías. Pienso en sus venas junto a las venas de clorofila que se apropia. En su cuerpo untado a las hojas y las flores. Su atención en esos ondulantes fragmentos del reino vegetal al que él sí atiende. Su rápido avance, como si capitales asuntos atendiera. Y será que los atiende.
Las plantas son las formas vivientes con miles de millones de años de existencia, descendientes directos de las algas verdea-azules que lograron colonizar la Tierra, y estas entidades no solo nos brindan el oxígeno, algo que tal vez muchos hemos olvidado. ¿Será que el hombre planta no lo olvidó? ¿Será que sabe que las plantas son la mejor y más alta compañía a la que puede aspirar? ¿Qué sabe las alianzas que se entretejen con frutos y sustancias?
Ese hombre de quien desconozco el nombre al que responde, es un personaje de Saltillo, me dice mi amigo Antonio, quien también vive en el centro y lo ha visto varias veces; incluso, ha entablado algunas breves charlas con él. Por lo que Antonio me ha dicho, infiero que el hombre planta vive en la casa en la que suelen convertirse los espacios públicos para personas sin familia alguna.
Ciertos de policías incluso lo han perseguido al ver que arranca follaje en la Alameda. Qué imperial imagen de un hombre ajeno a otra tarea primordial que no sea contar con texturas vegetales en su diario caminar. ¿Será como calzarse un collar o un saco fino? ¿O será otra dimensión en la que anda? ¿Será él otro jardín que no vemos?
Ser hombre planta, ser mujer planta y tomar ramas o flores y ajustarlas a la cintura, rodeando incluso el rostro hasta que el follaje sea una especie de cerco por el que se vea. Y acudir tal vez a su encuentro.
Y ser un grupo de hombres y mujeres planta. Andar detrás del hombre planta, seguirlo y conversar con él. Podría ser una de las más hermosas y desquiciadas imágenes que se vieran en aquella zona de la ciudad.
Caminar entonces como signos que aroman. Avanzar como una bandera verde y sonora que reconsidere la importancia, la unicidad, la hermandad con la que nos arropan la respiración y nos permiten vivir, las plantas. ¿Hacer un largo y kilométrico listado de sus tantos beneficios y leérselos a brotes en las banquetas, a los arbustos o a los helechos?
El hombre planta me regresa a Giuseppe Arcimboldo y a Jheronimus Bosch, al arte que subvierte y que trastoca. Provoca necesariamente un estallido interior que se vuelve una carcajada saludable, un rayo fulminante que hacia alguna parte del corazón y del pensamiento entra y entra y entra.