En 2024, Biden o Trudeau
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En el marco de la llamada “realpolitik”, con independencia de nuestras preferencias, me parece que los partidos opositores al actual gobierno federal encaran una disyuntiva para los comicios de 2024 que bien pueden perfilarse en dos figuras del panorama político de América del Norte: Biden y Trudeau.
El próximo 18 de noviembre, Andrés Manuel López Obrador habrá de reunirse por primera vez con el presidente de Estados Unidos, Joe Biden y con el primer Ministro de Canadá, Justin Trudeau. Desde los tiempos de Trump y tras la irrupción del coronavirus, ya transcurrieron más de cinco años desde la última cumbre de América del Norte.
Sabemos que a López Obrador no le sientan bien estas reuniones. Su conocimiento del complejo contexto nacional y regional se circunscribe a generalidades y tópicos más bien básicos, rehuyendo en todo momento del análisis y consideración de los pormenores técnicos. No es su mundo ideal una reunión privada con dos políticos que no hablan español y con quienes habrá de abordar temas muy concretos y específicos.
La avanzada edad de Joe Biden y la información básica que maneja López Obrador, muy probablemente convertirá esta cumbre en una reunión de tres equipos de trabajo, que estarán pasando notas a sus jefes minuto a minuto. Por el bien de Trudeau, esperemos que así sea, de lo contrario, tendrá un día aburrido o, si modera sus expectativas, risible.
Más allá de las dinámicas y políticas que se discutan en torno a América del Norte, para López Obrador esta reunión será una oportunidad para evaluar lo que sí entiende: la política electoral. Él no lo sabe, pero en sus dos interlocutores tendrá los posibles perfiles que la oposición podrá ofrecer en 2024. Tal vez se trate de uno u otro perfil, tal vez se trate de una mezcla de ambos. Naturalmente no me refiero a sus personas concretas; sino a lo que estas representan, o encarnan en sus respectivos países.
Vamos a la comparación, trataré de explicarme. La oposición partidista en México está derrotada y carece de un liderazgo que la unifique. Entre otros factores por la figura apabullante de López Obrador; él, como Donald Trump o Stephen Harper en su tiempo, apuesta por una comunicación de línea demagógica, populista y nacionalista. La oposición, por su parte, se encuentra pulverizada, noqueada y desangelada, como lo estaban en 2020 los demócratas en EU, y en 2015 los liberales en Canadá.
En sus primarias, los demócratas presentaron más de diez candidatos presidenciales. La nominación de Biden no fue nada fácil. Los liberales canadienses venían de una estrepitosa derrota en 2011 que los mandó al tercer lugar, vencidos por el NDP (social demócrata) que quedó en segundo y por el primer ministro Harper que ganó la elección.
Desde esa adversidad, los demócratas y los liberales apostaron por dos estrategias distintas para recuperar el poder y vencer al movimiento de derecha radical que gobernaba en sus países. Los estadounidenses encontraron, o forzaron la ruta por una apuesta al pasado. Apostaron y reivindicaron el pasado como un momento políticamente mejor que el presente. No había forma de presentar a Biden como una opción de futuro.
Por ser tan mayor, “vaca sagrada” del “establishment” tan alejada de las confrontaciones vividas por las nuevas generaciones, como viejo conocido de Bernie Sanders en el Senado, Biden fue la única opción con posibilidades de unir al Partido Demócrata. Para ganar la elección el dinero y el aparato mediático harían su trabajo y así fue. No escatimaron nada, con mucho esfuerzo y dinero, lograron vencer a Trump.
La apuesta de los liberales canadienses fue diametralmente distinta. Tras la debacle de 2011, las recriminaciones no amainaban. Para los grupos internos era muy difícil apoyar un liderazgo que no fuera de su propia facción. El Partido estaba viciado y agotado, pero encontraron una solución: lanzarían un “producto persona” que representara a todos, pero que estaba tan alejado de los grupos internos de interés que difícilmente pudiera dividirlos. Así encontraron a Justin, hijo de Pierre Trudeau, quien fuera Primer Ministro en los setenta y parte de los ochenta. Joven y carismático, no contaba con carrera política. Fue electo por primera vez al Parlamento en 2008, anteriormente había sido maestro de matemáticas, instructor de esquí y cadenero en una discoteca. La apuesta funcionó, los Liberales salieron del lejano tercer lugar y vencieron al primer ministro Harper.
Entre pasado y futuro se encuentra la disyuntiva opositora en México a partir de hoy y hasta 2024: A) Hacer una política de retrovisor, defender el pasado como un tiempo mejor que el presente y sobre ello montar todo el dinero y estrategia posible para evitar que Morena repita. B) Cortar con el pasado, para unos indefendible, para otros ocioso. Sacudir fantasmas y construir nuevas plataformas, con nuevos liderazgos para nuevas necesidades en un mundo que está en un proceso constante de cambio e innovación.
@chuyramirezr