Hablemos de Dios 127
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En un libro del cual le he platicado al menos tres ocasiones, el intercambio epistolar y debate entre el intelectual Umberto Eco y el Cardenal de Milán, Carlo Maria Martini, “¿En qué creen los que no creen?”, en una de tantas reflexiones altas y significativas de Umberto Eco, éste escribe: “Somos animales erectos, por lo que es cansado permanecer mucho tiempo con la cabeza baja y, por lo tanto, tenemos una noción común de lo alto y lo bajo, tendiendo a privilegiar lo primero sobre lo segundo”.
Eso fue en la antigüedad (años noventa del siglo pasado). No más. Con la llegada e irrupción masiva de Internet y los teléfonos “inteligentes y planos”, los humanos se han convertido en avestruces. Pasan más tiempo inclinados que erguidos. Pues sí, se ha perdido la noción de bajo o alto. Hoy es sólo un estándar: estar clavado día y noche en la pantalla de luz fluorescente. Ya no hay día ni noche: las referencias se han perdido por completo. Todo el tiempo es un buen tiempo para “navegar”. Por eso los jóvenes ya no saben del mundo real y les resulta tan extraño moverse en él.
Edmund Wilson, a quien mucho se le debe el rescate de Francis Scott Fitzgerald, en el pórtico del volumen que compiló y al cual llamó “The Crack-Up”, en las palabras preliminares habla de cuando su compañero en una larga primavera en Princeton, le dio a corregir las primeras letras de “Shadow Laurels”. Aquí habita un personaje –¿el propio Ftizgerald?–, “el triste héroe, alguien que gustaba del aplauso pero vivía su vida solo...”.
Aunque estemos acompañados, o bien, atados a Internet, vivimos nuestra vida solos. En soledad. Algunos de manera más intensa o más resuelta, pero a la hora de enfrentar una toma de decisiones, una enfermedad o de plano, la muerte, quien debe de tomar un camino es uno solo. Nadie más. Ignoro si usted sea un hombre o mujer católica, metodista o bautista. Pero no está de más tenga usted la relación que tenga con Dios, orar. Siempre orar.
Uno de los principales hábitos del maestro Jesucristo era orar. “Aconteció que, estando Jesús orando en cierto lugar, cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: Señor, enséñanos a orar, como también Juan enseñó a sus discípulos”. Lucas 11.1. Ya imagina este escritor lo que los discípulos vieron en el maestro de Cafarnaúm. Su ser volcado en trance, concentrado en la oración, ni un mínimo revoloteo de insecto perturbaba su misticismo y vínculo con Dios. Su rostro de sarraceno, de judío, más hermoso que nunca y transmitiendo esa serenidad y tranquilidad ante los embates del destino sólo por un motivo: el poder de la oración. Ah.
En Estados Unidos de Norteamérica, usted lo sabe, hay un grupo famoso, PUSH (Pray Until Something Happen. En traducción libre es “Ore hasta que algo suceda”). Hacer oración con tal fervor y pasión, no dude lector, como lo creen en Norteamérica, puede cambiar el mundo y puede salvar a una familia, una ciudad; orar cambia a un país. ¿Cuánto tiempo hay que orar? Volvamos al maestro Jesucristo y sus enseñanzas.
ESQUINA-BAJAN
Jesucristo oraba por la mañana (Marcos 1:35), oraba por la noche y aún, toda la noche (Lucas 6:12). Uno de los llamados Padres de la Iglesia, San Agustín de Hipona, no siempre fue el santo que creemos. En su juventud, Agustín se enredó en todo tipo de depravaciones. Llegó a tener un hijo a los 16 años. Entre la taberna y la decadencia, Agustín se entregó a todos los placeres terrenos. En “Confesiones” escribió: “Señor, concédeme castidad y continencia, pero todavía no”.
¿Cuánto tiempo hay que orar sin desfallecer? Si el bellaco Agustín antes de ser Santo, estaba entregado a la concupiscencia y los placeres de la carne, hubo un ser admirable a su lado; su madre, en la sombra, Mónica de Hipona. ¿Sabe usted qué hizo? Oraba. ¿Sabe por cuánto tiempo oró hasta que su hijo cambió? Nueve años seguidos.
Lo anterior lo cuentan los historiadores. Nunca, nunca falló. Nunca dudó en no ser escuchada. Jamás dudó de su fe y jamás, jamás cejó y sí perseveró en su fin: orar, sólo orar para cambiar a su hijo y así, cambiar al mundo. Pero vaya, lo principal era encauzar a su hijo, ya luego conocido como San Agustín, y sacarlo de ser revoltoso, parrandero y mujeriego.
Y, contra lo que usted pueda pensar, orar no es cosa fácil ni sencilla. El mismo maestro Jesús, el crucificado del Monte Calavera, lo padeció antes de morir y ser expuesto en la cruz de los romanos. Todo mundo lo sabe porque lo cuenta Lucas, el médico, en su Evangelio (Lucas 22. 39-47). Cuando el maestro fue a orar al Monte de los Olivos, necios, sus discípulos también le siguieron y éste sólo les hizo un encargo: “Orad que no entréis en tentación”.
Pero ¡ay! de estos pálidos discípulos humanos, forjados de músculos, huesos y tendones y no de materia divina, como el maestro; cuando Jesús regresó de orar los encontró “durmiendo”, a lo cual los reprendió grandemente. Puf. El hidalgo saltillense don Javier Salinas y el abogado Gerardo Blanco Guerra, me han enviado varias disertaciones sobre los textos pasados. Aquí los comentaré en la próxima entrega. ¿Lo supo usted? El pasado 2 de junio, el estado de Utah, en Estados Unidos, prohibió la lectura de la Biblia en escuelas básicas porque muchos de sus versos contienen...
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“Vulgaridad y violencia”. Pero no, las armas para las recurrentes masacres no son prohibidas... ¿Usted qué opina?
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