Hablemos de Dios 99
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Gracias por leerme. No pocos comentarios sigo recibiendo con la saga de textos aquí editados donde hemos tomando como santo y seña la obra y personalidad de James Joyce para explorarlo a él y al hacerlo, explorar a toda la humanidad. ¿Es descabellado y atrevido este comentario grandilocuente? Absolutamente no. La gran y verdadera obra de arte (poesía, novela, música, teatro, y claro, pintura) nos hace pensar, nos hace reflexionar de todos los temas los cuales nunca serán ajenos a nosotros como seres humanos pensantes. A menos eso imagino.
Si usted lo ha notado, hemos pasado de abordar las frondosas ramas del árbol de “Ulises” en su tono, el literario, poco más de 800 páginas, a diversos tonos o aristas, entre ellas, la veta religiosa, el hablar de Dios. Pero, como una obra de arte verdadera, total y la cual aspira a deletrear el universo junto con su caos infinito, el libro también acepta su análisis bajo el tema o palio de la gastronomía y bebidas y ni se diga bajo un asedio abordando el tema amoroso (sexo, realmente), el abordaje de las pasiones humanas, la escatología (era un viejo cochino y libidinoso, pero absueltamente genial) y una vena la cual próximamente voy a tocar y va a provocar harta polémica: su literatura e ideas bajo el análisis hoy de la estupidez llamada “género”, “equidad de género” y su revisionismo parcial y absurdo a favor de las mujeres.
Le repito algunos datos para reflexionar sobre un buen párrafo de Joyce. El pasado 16 de junio Irlanda estuvo de fiesta. Se celebró el “Bloomsday”, el “Día de Leopold Bloom” el protagonista de “Ulises” de James Joyce. La gente, no siempre lectores, se entregaron a recorrer el periplo el cual cumplió el protagonista ese día, 16 de junio, circuito el cual se hace desde 1954. Ese día y este año se cumplieron 100 años de la publicación de “Ulises” (1922, el libro se publica en Inglaterra) y el país, Irlanda, lo celebró por todo lo alto desde enero. Lo sigue haciendo.
Vea usted el poder de la literatura, de la ficción: se celebró por todo lo alto cien años de una obra de ficción, con una fecha ficticia de un personaje ficticio el cual sólo habita en “Ulises”, obra publicada en 1922. El ánimo de todo un país, Irlanda, y una ciudad, Dublín, giran en torno a una ficción. Algo inexistente. De este tamaño es la influencia de la buena y eterna literatura. ¿Es entonces Dublín la ciudad más literaria del mundo, es Irlanda el país más literario del mundo? A decir por la siguiente y anárquica nómina de escritores, podríamos afirmar: sí. James Joyce, Oscar Wilde (mi adorado por siempre Wilde), Samuel Beckett (Nobel de las Letras), Jonathan Swift, W.B. Yeats, Bram Stoker, Seamus Heaney (Nobel de las letras)... puros ases de la pluma y de la inteligencia.
Regresamos al punto. El libro se publica en 1922, es importante lo anterior para cuadrar la línea del tiempo y de vida. Como siempre y en la historia de la humanidad, había enfermedades contagiosas y raras, epidemias, resabios de mala salud pública (más ayer, en teoría no tanto hoy) y las vacunas, como hoy, se veían con desconfianza. Leamos un fragmento rápido, breve y aleccionador de ello: “Pensé que Belfast lo atraparía (a un cantante de ópera. Joyce era un gran admirador y fanático de la ópera y fracasó como músico). Espero que la viruela no haya progresado allí. Supongamos que ella no permite que la vacunen de nuevo. Tu esposa y mi esposa”.
Esquina-bajan
Este James Joyce es genial e inagotable. En la tertulia pasada le presenté el siguiente fragmento, lo repito para contextualizar (están hablando unos padres): “Ustedes ruegan a un ídolo local y oscuro: nuestros templos majestuosos y misteriosos, son la morada de Isis y Osiris, de Horus y Ammon Ra. Los vuestros servidumbre, el temor y la humildad; los nuestros el trueno y los mares. Israel es débil y sus hijos pocos...” Es decir, la discusión y sermón por el camino de cómo cayó el imperio egipcio y en su momento, más fuerte y poderoso al cristiano que en teoría, no tenía nada qué ofrecer, pues hasta su pueblo, Israel, eran esclavos.
Dice el personaje: “Sin embargo, señoras y señores, si el joven Moisés hubiera prestado atención y aceptado esa visión de la vida, si hubiera inclinado su cabeza, inclinado su voluntad e inclinado su espíritu delante de esa arrogante admonición, nunca habría sacado al pueblo elegido de la esclavitud ni seguido el sostén de la nube durante el día...” Y apenas líneas después, otro personaje interviene y acota tajante: “Y sin embargo murió sin entrar en la tierra de promisión”.
Caramba con este James Joyce que lo sabía todo, todo al dedillo. Sabía la Biblia como la palma de su mano. Fue el mayor el mayor de una camada de diez hijos. Dicen los biógrafos, su padre John Stanislaus, era el irlandés prototípico: bueno para contar historias, bebedor, despreocupado y completamente irresponsable. Parte de este tipo de “atractivos”, digámosle así, pasaron a su hijo mayor, James Joyce el cual fue forjando su propia leyenda en las letras. Y usted también lo sabe, el gran padecimiento sentimental de Moisés fue que nunca, nunca pudo llegar a la tierra prometida, no obstante su servicio hacia Jehová.
Letras minúsculas
“O se cree o no se cree... Personalmente, yo no podría digerir esa idea de un Dios personal”. James Joyce en “Ulises”.