In memoriam
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“No solo habitamos en el espacio, sino que también lo hacemos en la continuidad de la cultura, el tiempo y la memoria”.- Juhani Pallasmaa
El espacio con el que juega la arquitectura, se conforma de diversas atmósferas que contienen la vida cotidiana de las personas, costumbres familiares, rutinas, rituales, hábitos, prácticas y estilos de vida. En los espacios públicos o privados se desarrollan vivencias de cualquier índole que le dan vida y lo dotan de significado, de recuerdos; Milan Kundera explica que la historia se evapora de la memoria y relata hechos que a pesar de haber sucedido hace pocos años, parece que hubieran transcurrido mil; el tiempo hoy corre deleznable y el recuerdo se antoja corto. La casona ubicada en la calle de Victoria de nuestra ciudad, que hace unos días fue noticia por su inminente derribo injustificado, y construida en la década de los sesenta por el arquitecto Gómez Lara, muestra en su fachada un diseño moderno y funcionalista pero con rasgos propios, que pondera el uso del material, su geometría definida y propia del modernismo de la época. Este movimiento que surge a partir de la vorágine de cambios producidos por la Revolución Industrial y que dan inicio a la aceleración y el correr del tiempo que aumenta exponencialmente y sin esperar a nadie. Este edificio, si no emblemático, es reconocido por quienes pasean o acostumbran dirigir sus pasos por esa vialidad. La construcción se distingue del resto del skyline de la vía pero al mismo tiempo y por el paso del mismo, se quedó en la memoria, es posible identificarla y recordarla con facilidad, el Movimiento Moderno en la arquitectura fue criticado por la intención que muestra de generalizar los estilos (estilo internacional) y valores propios de la disciplina en la época, sin embargo, en Latinoamérica, su constante adaptación al clima, al entorno y a consideraciones específicas le otorgaron un carácter que se distingue de otros continentes, esto ofrece pistas para entender y apreciar este movimiento en nuestro país por su reinterpretación en el contexto local y que aporta desde sus propias trincheras a la identidad nacional. Pero, ¿Cuándo se declara el fallecimiento de un movimiento, de un espacio o de una casa? Cuando esto sucede, ¿qué queda de esa atmósfera? ¿Acaso los ecos de la cotidianidad de la vida de quien la habitaba? Cuando un espacio muere, no solo deja de existir sino que se olvida, se olvidan las vivencias, los rituales, las memorias inmersas en él; lo difícil de la protección del patrimonio construido del siglo XX según Sara Topelson, es que intervienen en esta catalogación diversos factores; sus valores artísticos, urbanos y contextuales, sin embargo, el más importante a mi ver y entender es precisamente el del desconocimiento que existe sobre las edificaciones que nacieron en este siglo y la falta de instrumentos legales efectivos para su conservación y protección que la autora menciona, pero además, al contar con una excelente ubicación en la ciudad, incrementan su valor comercial y por lo tanto están sujetos a la especulación y presión inmobiliarias. En cualquier caso, el valor artístico, constructivo pero sobre todo identitario que impacta sobre la imaginabilidad de la ciudad o su embellecimiento urbano y contextual además de un profundo entendimiento de lo local, debiera estar por encima de su capitalización, ya sea patrimonio histórico o patrimonio moderno.
Según Pallasmaa, el espíritu de una época se ve reflejado en su arquitectura, las construcciones humanas nos permiten entender la continuidad de la cultura y la tradición, por lo tanto es su deber preservar el pasado para mostrarnos, en caso de que olvidemos, esta concatenación de eventos, de recuerdos y de cotidianidades. Pero ¿qué sucede cuando todos se van? ¿quién decide el futuro de nuestro pasado? ¿quién cuenta nuestra historia? ¿dónde quedan las cotidianidades, los rituales, las rutinas, las prácticas diarias? ¿quién recordará nuestro nombre?
Encuesta Vanguardia
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