- 25 septiembre 2024
Llega adelantada la Feria del Libro al campus Arteaga de la UAdeC
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Inició el viernes la fiesta de los libros. Se adelantó unos meses para no llevarla hasta los últimos tiempos de la administración estatal actual, ya que el 1 de diciembre entregará al nuevo gobierno, conforme al resultado que arroje el proceso electoral que culmina con las elecciones ciudadanas el próximo domingo 4 de junio. Piense bien su voto, querido lector (asumo que alguno tengo), porque esta vez, más que en ninguna otra, se han puesto en rotundo riesgo las cosas buenas que ubican al estado como uno de los mejores y más estables económicamente en el País. Acuérdese, hay que votar para defender lo que es legítimamente nuestro.
Por otro lado, el domingo pasado se celebró el Día Internacional del Libro. La historia distingue dos clases principales de coleccionistas de libros: el bibliófilo y el bibliómano. El primero sabe que los libros son para leerse, pero al mismo tiempo los disfruta como objetos por la bondad de sus materiales, la tesitura del papel, la tipografía, los elementos artísticos, la encuadernación y los detalles distintivos. El segundo, en cambio, quizás ni siquiera los lee, pero es capaz de cometer el más horrendo crimen con tal de poseer tal o cual volumen por sus características especiales de rareza.
En la historia de los libros hay un texto del siglo 19 que recoge la anécdota más difundida sobre bibliomanía. Su autor, el escritor inglés William Shepard Walsh, describe a un bibliómano compatriota suyo: “El bibliómano les da [a los libros] otros usos: los lleva consigo como si fuesen talismanes, se pasa horas contemplando sus encuadernaciones, sus ilustraciones, sus portadas. Hay quien dice que incluso se prosterna frente a ellos en silente adoración dentro de ese templo chino que nombra biblioteca... Los bibliómanos no son todos iguales... Todos coinciden empero, en que el mérito intrínseco del libro es secundario en comparación con su valor mercantil y su escasez excepcional”.
En su texto, Walsh menciona a un acaudalado coleccionista inglés (otros le llamarían bibliomaníaco) que se encaminó furioso a París al enterarse de que un francés tenía un ejemplar de un libro que él poseía y que siempre supuso único. Ya en la casa de su rival, le preguntó si tenía cierto libro con ciertas características. Al recibir una respuesta afirmativa le dijo precipitadamente: “Pues deseo adquirirlo”. El caballero francés le replicó que no estaba a la venta; el inglés le ofreció mil francos y ante las negativas fue aumentando su oferta, hasta que finalmente lo ablandó con 25 mil. Al tener el libro en sus manos, el coleccionista examinó detenidamente su nueva adquisición y de pronto lo arrojó al fuego de la chimenea. El francés, casi arrojándose al fuego él también, le gritó que si estaba loco. Con aires de triunfo, el inglés le explicó que poseía otro ejemplar de ese libro y que ahora estaba plenamente seguro de que el suyo era único en el mundo.
Entre las anécdotas sobre libros en Saltillo, se cuenta la biblioteca del ingeniero Theodore S. Abbott, un inglés que desde muy joven se avecindó en la ciudad y desarrolló aquí su vida profesional. Trazó el ferrocarril Coahuila y Zacatecas, dirigió los trabajos de construcción de la Escuela Normal, levantó el plano de la ciudad y una carta geográfica del estado, que a casi 120 años, aún se considera la mejor guía por su certeza. En justo reconocimiento, una calle del centro lleva su nombre.
El ingeniero Abbott falleció en 1934. Su esposa, Aurelia Valle, había fallecido años antes y sus dos hijos vivían fuera del país. La servidumbre fue quitando la casa. Los libros se vendieron a precios fijados por la criada y el mozo conforme a su tamaño y su grosor: grandes, medianos y chicos. Tasados de esa manera, los precios distaban mucho de su valor real. Seguramente, algunos de los “chicos” valían muchísimo más de lo que se pedía por ellos, mientras que quizás algunos entre los de mayor tamaño valían mucho menos de lo que se pedía sólo por ser grandotes. Así son los libros, nunca pasan de moda y siempre dan motivo para hablar de ellos.
Encuesta Vanguardia
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