Mirador 10/01/22
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Jean Cusset, ateo con excepción de la vez que oyó a Mahalia Jackson cantar el Ave María, dio un nuevo sorbo a su martini –con dos aceitunas, como siempre– y continuó:
—Soy viejo ya, pero todas las noches rezo las oraciones que aprendí cuando niño de labios de mi madre. Aquella de “Dulce Madre, no te alejes...”, y la otra en que pido al ángel de mi guarda que no me desampare ni de noche ni de día.
Siguió diciendo:
—Mi fe vacila muchas veces, pero el amor a mi madre, y su recuerdo, no vacilan nunca. Por ella digo esas antiguas oraciones. Y las digo también por mí, porque en medio de la maldad del mundo, y de mis propias maldades, brilla todavía la luz que ella encendió en mí alma. Estoy seguro de que mis últimas palabras serán para decir: “Dulce Madre, no te alejes...”. Y estarán dirigidas tanto a la Madre del Cielo como a la que bajó para ser mi madre aquí en la tierra.
Así dijo Jean Cusset. Y dio el sorbo final a su martini. Con dos aceitunas, como siempre.
¡Hasta mañana!...