Niños que se ‘drogan’ con dulces: ¿un nuevo peligro?
COMPARTIR
El advenimiento de las redes sociales sin duda ha implicado la democratización del discurso público al permitir que cualquier persona pueda multiplicar su voz, un hecho que todos debemos celebrar porque se trata de una expresión de libertad para todos.
Sin embargo, a la par que este hecho implica una oportunidad para el crecimiento colectivo y el fortalecimiento de los derechos individuales -frente a las pulsiones autoritarias de quienes detentan el poder- también entraña riesgos sobre los cuales debemos estar atentos.
Uno de ellos, es la propagación de “retos” y “propuestas” que se ubican muy lejos de ser sanos, particularmente para los menores de edad que, debido a que no cuentan con la madurez intelectual necesaria, los toman como actividades “divertidas” respecto de las cuales no pueden evaluar los riesgos implicados en su desarrollo.
Como publicamos en esta edición, una de estas actividades es la de “drogarse” con dulces pulverizados, inhalándolos por la nariz, hecho que ha sido identificado en Saltillo por algunos padres de familia.
Parece evidente que, en el caso de menores de edad, esta actividad es vista como un divertimento sin mayores consecuencias, es decir, para los niños constituye seguramente “un juego” como cualquier otro que desarrollan por imitación.
Los adultos, sin embargo, debemos tener claro que no se trata de un juego y que la práctica de esta actividad puede tener consecuencias graves, no solo por el hecho mismo, sino por lo que implica: asumir que el consumo de drogas es una práctica lúdica y no una perjudicial para la salud.
La respuesta frente a este hecho, tal como ocurre con cualquier actividad que implique exponer a los menores de edad a las adicciones, debe alertarnos respecto de la única solución posible a este tipo de fenómenos: la educación en la salud y el bienestar.
Se trata de un reto que enfrentamos, en primerísimo lugar, los padres de familia, pues es en el seno del hogar donde nuestros hijos deben adquirir conciencia respecto de cuáles prácticas son benéficas para su bienestar y desarrollo y cuáles son perjudiciales.
Pero también es un reto para las autoridades, particularmente las educativas, quienes tienen la responsabilidad de proporcionar a los menores de edad la información que les dote de una perspectiva realista sobre la forma en que funciona el mundo, así como los elementos para diferenciar lo benéfico de lo perjudicial.
Impedir que nuestros hijos consuman información a través de internet es, además de imposible, una empresa muy poco realista. Por ello, es necesario que asumamos los hechos sin ambigüedades: prácticas como la de “drogarse” con dulces no dejarán de aparecer en la red y por ello lo importante no es impedir que los menores eventualmente accedan a esa información, sino enseñarles a distinguir entre lo conveniente y lo perjudicial.
Esa es la realidad de nuestros días y esa es la responsabilidad que estamos convocados a asumir.