Pausando la prisa: La arquitectura como mediadora entre lo interno y lo externo
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“La esperanza es la santa patrona de la arquitectura”.- Juhani Pallasmaa.
Si fuera posible realizar un estudio por medio del psicoanálisis de nuestro entorno urbano ¿cuáles serían los resultados? No es mi área, sin embargo, leía sobre esto y me surgió esa pregunta. Dentro de los límites de la investigación en disciplinas como el arte, el diseño o la arquitectura, siempre se les dice a los investigadores incipientes que acoten; es la única manera de definir, abarcar y lograr un resultado medianamente satisfactorio en planteamientos como estos o en cualquier otra disciplina. Y no digo que sea mediano cualitativamente hablando, sino que en la mayoría de los casos, el tejido de una pesquisa de cualquier tamaño, va dejando hilos sueltos con los cuales se puede seguir otra ruta, profundizar, ampliar o cambiar de rumbo, como transitar las ramas de un árbol, como llegar a un cruce de caminos o a una disyuntiva. El universo de la mente humana me parece inabarcable e infinitamente complejo, sin embargo, dice Salman Rushdie que la literatura (en su caso) “está hecha en la frontera entre el yo y el mundo, y es durante el acto creativo cuando esta línea limítrofe se difumina, se torna permeable y permite que el mundo fluya en el artista y que el artista fluya en el mundo”. Coincido con que estas palabras pueden trasladarse al mundo del arte, porque cualquier forma de búsqueda que se plasma sobre una superficie mediante el acto de escribir, dibujar o pintar, es un medio articulador entre el interior y el exterior; a este acto Pallasmaa dedicó un volumen completo titulado: La mano que piensa.
La arquitectura no es la excepción. Trazamos, construimos y damos forma a nuestras ciudades según somos, esta geometría del espacio habitable, este intento de poesía, prosa o tejido entre el espacio vacío, el que se ocupa y el que habitamos es una refracción de nuestro interior en nuestro afán por tener lugares que contengan belleza y que sean funcionales. La arquitectura y su tarea -según el autor- consiste en mantener esta orquestación de la esencia de los lugares en los que existimos, para lo cual, esta debería ser capaz de frenar, en la medida de lo posible, la aceleración de nuestra experiencia del mundo: pausarla. Pienso en un museo, donde arquitectura y diversas formas de arte se conjugan. La experiencia de un espacio dedicado al arte nos obliga a ir despacio, a observar, nos impone a la contemplación, a darle la espalda a la prisa y a tratar de entender a quien se manifiesta en estas salas y lo que tiene para expresar, su mundo interior; como una declaración en voz alta y en comunicación con la arquitectura que lo envuelve.
Al tener esta experiencia pausada de nuestro entorno, podremos idealizarlo para poder recrearlo, reinterpretarlo, reinventarlo en espacios urbanos, arquitectónicos o domésticos; públicos o privados que sean y se conviertan en relevantes o significativos. La tarea del arte es entonces, mediar entre lo que somos y lo que pretendemos ser plasmado en lo concreto; en esta necesidad humana de alcanzar la belleza, es donde encontramos esperanza en el porvenir, un mundo sin belleza sería un mundo genérico, vacuo. La belleza no como un atributo estético sino verdadero, como decía Fromm: “la belleza no es lo opuesto de lo feo, sino de lo falso”. Porque en esta trasmutación de nuestro mundo interior volcado hacia el exterior por medio del arte, en cualquiera de sus acepciones, del diseño o de la arquitectura, es donde se plasma nuestra cultura, nuestra identidad, nuestra tradición, nuestros sueños y esperanzas, sean cuales sean las coordenadas geográficas en las que vivamos. En la lentitud, en la contemplación, en esta búsqueda y apreciación de la belleza es donde podremos encontrar nuestro arraigo y nuestro futuro: incluyente, amable, que refleje nuestros ideales.
Encuesta Vanguardia
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