¿Cincuentenario sin cuentos?
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Va de nuez debido a lectores memoriosos.
Se han multiplicado, en su momento, los cuentos de Navidad.
No se ven por ahí muchos cuentos de Pascua. Y deberían también multiplicares porque la Pascua es tiempo de alegría. No hay mucho ambiente publicitario ni de comercialización para el acontecimiento pascual, es cierto. El nacimiento y la muerte del Salvador tienen una resonancia intensa en la exterioridad de muchos ambientes sacros y profanos.
La Pascua, en el mundo de la fe, se celebra con un cincuentenario de alegría. Cincuenta días de gozo espiritual por la victoria sobre la muerte y la promesa de vida sin fin, en la gloria del Resucitado. ¿Un cincuentenario sin cuentos? Sería demasiada congruencia fonética. La ausencia de narraciones peculiares del tiempo pascual se debe quizás a una omisión cultural corregible.
El cuento navideño ha de ser breve, mágico o milagroso, ungido de ternura o de compasión, sencillo y con inesperado desenlace feliz. Dickens se fue por el camino de las pesadillas de Scrooge hasta su conversión al bondadoso espíritu de la Navidad.
¿Cómo podría ser un cuento pascual? Quizá serviría un poco el “realismo mágico” del escritor de Aracataca que, por cierto, ya ha tenido su Pascua, pero con esa pizca de deslumbramiento que es la luz de la fe.
Tendría que ser también breve. Que no faltara ese enfoque dirigido a algún sepulcro que quedó vacío. Un resurgimiento de una actitud inhumana, un paso –sí un paso, porque eso es Pascua– de un cautiverio a una liberación.
Hay ya –no pocas– narraciones con tinte pascual, sin etiqueta ni relumbrón ni aspaviento. Tienen el espíritu de la resurrección porque abren súbitas esperanzas en vidas estropeadas por la adversidad. El gozo pascual puede tener variadas modalidades. Las narraciones sin publicar están ya en la vida palpitante de muchos que podrían contarlas. También en el mundo de la ficción podrían encontrarse creaciones luminosas de la imaginación, con ese matiz inconfundible de la victoria sobre la muerte.
Unos relatos de Pascua bastarían para que la alegría del cincuentenario no se quedara sin cuentos. Prolongar la omisión cultural sería un delito de lesa alegría. No podría quedar impune. La resurrección está ya en la vida. Hacen falta quiénes la descubran y la conviertan en anécdota desmenuzada para vitalizar el espíritu de la Pascua de resurrección...