¿Corrupción y género?
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La corrupción es un fenómeno complejo y un problema difícil de enfrentar, y aunque es cierto que nos afecta a todos, sería impreciso pensar que sus efectos son neutros. Así, vale la pena preguntarse: ¿acaso nos afecta a todos con la misma intensidad? Es decir, ¿nos afecta a todos de la misma manera?
Por un lado podemos aceptar que las consecuencias de la corrupción las resienten de una forma más acentuada los grupos y sectores más desfavorecidos, histórica y socialmente, como sería por ejemplo el caso de las mujeres. De esta forma, los primeros estudios sobre la relación entre corrupción y género estaban orientados a responder una pregunta concreta: ¿quiénes pueden ser menos corruptos, los hombres o las mujeres? Es decir, como si las conductas de los individuos estuvieran determinadas por cuestiones de género.
De esta forma, sin embargo, se corría el riesgo de asumir que las mujeres cuentan con valores éticos más arraigados que los hombres. Por tanto, una suposición lógica sería que ellas serían más honestas y generosas y, por ende, menos corruptas. Lo anterior se traduce en que la perspectiva más explorada en los estudios sobre el género y la corrupción estuvo enfocada a las condiciones y características psicológicas, o incluso morales, que efectivamente diferenciarían a hombres y mujeres.
Así dichos estudios basados en la información obtenida sobre la percepción de corrupción y las estadísticas sobre participación de las mujeres, especialmente en las legislaturas y en el gobierno, sugieren que es posible que las mujeres sean más honestas e incluso menos tolerantes a la corrupción. Además, concluían que una mayor presencia de mujeres en las tareas del gobierno y en la actividad económica coincidiría con menores grados de corrupción.
Por otro lado, sería difícil probar que las mujeres sean, en efecto, menos corruptas que los hombres. Tal vez se podría decir que, debido a que las mujeres han tenido menos participación en la esfera pública, se han visto propensas a cometer actos de corrupción en una menor medida que los hombres. También debe tomarse en cuenta que es determinante que para la percepción de la corrupción tenemos que tomar en cuenta la plena vigencia del Estado de derecho, el reconocimiento de los derechos civiles y políticos, además el grado de inclusión garantizado por el sistema democrático de un país determinado. Sin embargo, debemos reconocer que no se gana nada con esta discusión.
En la actualidad, no obstante, este tipo de enfoques han quedado rebasados, y es aceptada la idea de que tanto hombres como mujeres pueden ser corruptos. En consecuencia, nuevos planteamientos sobre la relación entre la corrupción y el género permiten hacernos nuevas e importantes preguntas; por ejemplo, ¿cómo afecta, en específico, la corrupción a las mujeres?
En efecto, es una idea aceptada que la corrupción y la impunidad son obstáculos para el desarrollo y calidad de vida de una sociedad. En México, por ejemplo, el entorno de desigualdad social entre hombres y mujeres y los contextos de violencia son ambientes que propician específicamente la vulneración de los derechos por cuestiones de género.
De ahí que desde el año 2012, el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) señaló que “la corrupción tiene un impacto negativo en el empoderamiento y la participación de las mujeres. En su rol tradicional de cuidadoras del hogar, las mujeres experimentan la corrupción en su vida diaria cuando inscriben a sus hijos en las escuelas, cuando participan en programas de subsidios, cuando denuncian abusos, cuando participan en procesos electorales y a su vez en su rol de gestoras públicas”.
Por tanto, el estudio de la relación de la corrupción con el género es un tema que se debe explorar, estudiar y analizar, pues nos ofrece una oportunidad para enfrentar la corrupción con una perspectiva que contemple necesidades y situaciones concretas para enfrentar la violencia de género. Esto es así, pues es evidente que los efectos de la corrupción tienen mayor impacto en un grupo: las mujeres.
Así, por una parte, podemos decir que las brechas de desigualdad entre hombres y mujeres están lejos de acotarse. Sin embargo, también se debe reconocer que combatir la corrupción con perspectiva de género nos permite avanzar en la visibilización de situaciones socialmente injustas. Esta perspectiva, por tanto, nos puede permitir analizar a la corrupción no sólo como un fenómeno social y político, sino también verificar si el factor género influye en la configuración de la corrupción como problema de política pública.
Pero esto no es suficiente. También es necesario que las autoridades colaboren mediante acciones, prácticas y políticas públicas concretas en materia de anticorrupción. Para esto es imperativo que añadan a sus planes de trabajo la perspectiva de género como eje trasversal para combatir aquellas situaciones normalizadas que constituyen victimizaciones secundarias.
En conclusión, y de forma más clara, es en la relación entre género y corrupción donde nos damos cuenta de lo importante que es entender y abordar esta problemática. Para buscar soluciones funcionales y efectivas que concilien la lucha por los derechos humanos y los esfuerzos del combate a la corrupción e impunidad, la combinación de ambas acciones busca un mismo objetivo: una sociedad más justa e equilibrada.
La autora es asistente de investigación del Centro de Derechos Civiles y Políticos de la Academia IDH
Este texto es parte del proyecto de Derechos Humanos de VANGUARDIA y la Academia IDH