De El Cerdo y otros marranos
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Gobierno y gobernados manejan nociones muy distintas de lo que constituye el atractivo turístico de una ciudad como sería, digamos, nuestra atribulada capital coahuilteca.
La autoridad maneja un concepto institucional, anacrónico, solemne, gris y tremendamente aburrido de ello. A esto obedece la creación de mamarrachadas del oficialismo como el Museo del Anormalismo (citando a mi bienquerido y multiadmirado Alex Pérez Cervantes) o el Museo de los Gobernadores.
Ya parece: “¡Hola, somos los Andersen y venimos desde Estocolmo para conocer la chamarra de Humberto Moreira!”. Pues como que ni de chiste.
Por fortuna no todo queda en manos de burócratas y aunque a veces no se note (porque el Gobierno es el único que publicita hasta el tamaño, peso, color y consistencia de sus deyecciones), hay muchos ciudadanos creativos, emprendedores, arriesgados, dispuestos a materializar una visión pese a que los sueños en México ya nacen con oposición administrativa.
En el mero corazón de la ciudad, sobre los cimientos tlaxcaltecas de la antigua Villa de San Esteban, se erige orondo, graso, orgulloso y retozón El Cerdo de Babel.
El concurrido centro de libaciones es a pocos años de su apertura tan del gusto de los saltillenses que pareciera haber figurado desde siempre en su catálogo de aguajes citadinos.
Destaca Julián Herbert el carácter democrático del Cerdo y es que en efecto, ninguna tribu urbana se ha apropiado de esta taberna, ni los hipstercillos, ni los millenials, ni los chavorrucos (¡cof!); ni los Godínez, los “darks” o los mirreyes. Todos tenemos cabida (apretados, pero cabemos) y todos nos tenemos que largar cuando el condenado chaparro nos truena los dedos y nos dice que ya es hora.
Pero El Cerdo comparte con otros pocos establecimientos un raro atributo que lo desmarca de resto de las piquerías: dignidad. Que remojarse el gaznate no es sinónimo de pendencia, ni es menester empeñar hasta el apellido para empedarse con un mínimo de decoro.
Como valor agregado, El Cerdo tiene una oferta cultural que incluye la exposición de obra plástica así como la presentación de artistas en vivo, amén de que su administración se ha involucrado en actividades como el Festival de Arte Arriesgado.
Pero no, claro, a las mentes obtusas que nos desgobiernan les resulta impensable que refocilación y cultura coexistan. Para ellos, si no tiene los sellos del Estado con Energía, si no viene precedido por una insufrible perorata de encomios para el Gobernador y agradecimientos para el Presidente de la República, si no se paga con el dinero de nuestros impuestos, entonces NO es cultura.
Los propietarios del Cerdo de Babel han cometido sin embargo, dos errores capitales: Primero, operar siempre con apego al reglamento y todas las disposiciones vigentes en materia de venta de chupe; y dos, no militar en las filas de incondicionales del PRI-Moreirato. Un error u otro estaría bien, ¡pero los dos!
Lo anterior le ha valido una histórica relación ríspida con la autoridad. En una ocasión el bar montó una piñata con la forma de su mascota nominal (el puerco) y la colocó en Plaza de Armas a disposición de los transeúntes para que estos la llenaran con sus pensamientos. Arbitrariamente, a la fuerza y de manera ilegal, los guardias del Palacio de Gobierno la retiraron porque supusieron que era una expresión política alusiva al Ejecutivo. Luego, durante la administración municipal de Yoricó Abramo, El Cerdo (o sea, el bar) vivió un incesante acoso emanado de la mala leche y el rencor político de aquel Alcalde.
Recientemente y pese a estar en regla El Cerdo fue clausurado y no sólo eso, sino que dicha acción se llevó a cabo durante un operativo que involucraba elementos armados de Fuerza Coahuila (el brazo empistolado del Góber), quienes trataron al personal y a los clientes con todo el tacto, profesionalismo y cortesía de que es capaz este cuerpo de “éltite”. Como ya imaginará, aquello fue una feria de violaciones a los derechos civiles.
Pero en realidad el caso de El Cerdo es tan sólo un ejemplo de lo que ya se ha convertido en regla: Cada que a la autoridad (municipal o estatal) le pega la gana, y con el pretexto de hacer cumplir la Ley, irrumpe con sus hombres armados en la taberna que mejor le plazca acosando por igual a borracho y cantinero. Como ya sabrá, ésta es la manera en que la autoridad presiona a los establecimientos y empresarios a los que ya les cogió ojeriza, además de arrogarse manga ancha para cometer todo tipo de actos de extorsión y corrupción.
Si fuera una inspección sanitaria o administrativa, bien podría realizarse a cualquier otra hora del día (no con el bar repleto). Y si se trata de observar que se cumpla el reglamento en horas de servicio, tampoco es razón tratar a la ciudadanía como delincuencia organizada.
Tanto que se hinche el Gobierno para presumir su Fuerza Coahuila y la utiliza sólo para intimidarnos, ya sea para sacarnos de la cantina, para recordarnos que debemos pagar nuestros derechos vehiculares, o para intervenir en un pleito inmobiliario. ¡WT… con el Góber!
Empero, sabemos que como cualquier otro acomplejado, el Gobierno hace uso excesivo de la fuerza para compensarse por sus debilidades y para infundir miedo porque no es capaz de ganarse el respeto.¡Viva Freud!
Y ya picados, viva El Cerdo, que cada día que abre sus puertas es un día óptimo para decir ¡salud!
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