Dejar de llorar: establecer nuevas formas de vivir
COMPARTIR
TEMAS
Estamos inmersos en una época en donde los cambios son continuos, inciertos y rápidos
Bien dice Martin Descalzo “no hay que vivir mirando las sombras y menos asustándonos de ellas. Lo que cuenta es enfilar nuestra cara al sol, cara a nuestro deber, a nuestra tarea de mañana. Y no apartar de ahí un centésimo nuestra vista. Pero hay avaros de sus malas acciones, que cuentan y recuentan como las monedas de los prestamistas”, y esto me hace pensar que somos celosos contadores de lo que no tenemos, pero pobres administradores de las gracias que gratuitamente hemos recibido de Dios, y de la vida.
Hoy que abunda el desaliento sería útil pensar es estas sabias palabras. Ahora, como nunca, la gente se queja diciendo que vivimos tiempos difíciles, de crisis. No estoy totalmente de acuerdo con esta afirmación. Más bien, pienso que estamos inmersos en una época en donde los cambios son continuos, inciertos y rápidos.
TIEMPOS DISTINTOS
Insisto, más que tiempos difíciles -por lo menos en el ámbito de los negocios y los retos que representa todo emprendimiento- estamos inmersos en realidades distintas a las acostumbradas. Y, al no saber qué hacer, el miedo y el desánimo carcomen el alma surgiendo los lloriqueos que atan las manos. Entonces lo que hace falta son personas que se arremanguen las mangas para trabajar sabiendo que son dueñas solo del esfuerzo, no del fruto.
NUBARRONES
Los retos actuales son inmensos, pero no olvidemos que sobre la adversidad el espíritu humano posee la capacidad de ser enérgico, de emprender el vuelo, de transformar lo imposible en posibilidades y las crisis en oportunidades. Además, las personas tenemos la capacidad de arribar a un terreno en donde las adversidades no pueden llegar, me refiero al ámbito en donde impera la fe y la esperanza.
No tengo duda que continuarán los nubarrones sobre nuestra ya maltratadísima economía. En consecuencia, las familias debemos acostumbrarnos a vivir con menos, a ser más cuidadosas con los gastos y recursos, a saber que sencillamente los tiempos han cambiado para siempre y que si no actualizamos los puntos de referencia, si no cerramos nuestras zonas de confort, entonces grandes dosis de sufrimiento y desasosiego, como fantasmas, nos asecharán.
LA HISTORIA
En las siguientes líneas comparto una hermosa historia relacionada con este tema:
“Durante la gran depresión estadounidense un viejo viudo tenía, al lado de una carretera interestatal, un restaurante bien acondicionado. El hombre era prudente y muy trabajador, su fundamental propósito era destinar el producto de su labor a la manutención de su hijo quien estudiaba economía en una de las universidades más prestigiadas del país.
EN LO SUYO
El viejo, que veía mal y escuchaba peor, no se preocupaba por los titulares de los periódicos, ni tampoco conversaba sobre temas económicos con sus comensales, sino, más bien, se dedicaba a brindar un excelente servicio en su restaurante. Sus platillos siempre eran abundantes y no escatimaba recursos para satisfacer los gustos de sus siempre agradecidos visitantes.
Su pobre vista y escaso oído habían provocado que no se enterara de la gran depresión que sacudía a su país. Su visión de la vida era positiva, alegre, optimista. Frugal.
El viejo frecuentemente pintaba el local, anunciaba promociones y variaba el menú de acuerdo a la época del año. Siempre tenía negocio y sus ventas se mantenían estables lo que hacía de su pequeño negocio una excepción de mercado que, obviamente, él desconocía.
EL HIJO PRÓDIGO
En una ocasión su hijo inesperadamente lo visitó y al darse cuenta del “derroche” de su padre, molesto cuestionó la razón por la cual gastaba tanto en promociones y arreglos del establecimiento, haciéndole ver la gravedad de la economía del país.
El joven estudiante enfáticamente le recomendó que fuese parco en los platillos, que aumentará los precios y que evitara hacer arreglos innecesarios, ya que el país se encontraba en una “gran depresión”. Además, le hizo ver la importancia de mantenerse enterado de los sucesos que acontecían en su medio ambiente para establecer estrategias en el negocio. Luego de estos “consejos” el hijo partió.
LA DECADENCIA
El viejo implementó las estrategias sugeridas y, adicionalmente, empezó a gastar gran parte de su tiempo en pláticas relacionadas con el caos económico, político y social prevaleciente, situación que paulatina e inconscientemente provocó que el ánimo se le amargara reflejando ese estado emocional en su ambiente de trabajo.
Los clientes dejaron de visitarlo, y el hombre se avinagró cada día más, hasta que no le quedó más remedio que cerrar su negocio culpando a la “gran depresión”.
Al poco tiempo enfermó gravemente. El hijo regresó a casa para verlo. El viejo, antes de morir, agradeció a su hijo por los “sabios” consejos que le había brindado, ya que según él fueron muy oportunos para salvar el patrimonio que habría de servir para que su vástago siguiera estudiando el postgrado y un doctorado. Y así, sintiéndose afortunado por haber abierto muy a tiempo su mente a la mala fortuna nacional, cerró sus ojos para siempre. El hijo tomó lo heredado y, complacido por el bien que había hecho, se fue del pueblo para nunca jamás volver.”
LOS SUPERVIVIENTES
La historia enseña mucho e invita a reflexionar. Las realidades actuales son propicias para afianzar virtudes tales como la prudencia, la frugalidad, la discreción, la paciencia y, sobre todo, la esperanza, precisamente lo que hacía el padre, antes de seguir los “consejos” de su hijo.
En este sentido, aprendamos lo que un sabio escribió: “No pretendamos que las cosas cambien si seguimos haciendo lo mismo. La crisis es la mejor bendición que puede sucederle a personas y países porque la crisis trae progresos. La creatividad nace de la angustia como el día nace de la noche oscura. Es en la crisis que nace la inventiva, los descubrimientos y las grandes estrategias. Quien supera la crisis se supera a sí mismo sin quedar superado.
Quien atribuye a la crisis sus fracasos y penurias, violenta su propio talento y respeta más a los problemas que a las soluciones. La verdadera crisis es la crisis de la incompetencia.
El inconveniente de las personas y los países es la pereza para encontrar las salidas y soluciones. Sin crisis no hay desafíos, sin desafíos la vida es una rutina, una lenta agonía. Sin crisis no hay méritos.
Es en la crisis donde aflora lo mejor de cada uno, porque sin crisis todo viento es caricia. Hablar de crisis es promoverla, y callar en la crisis es exaltar el conformismo. En vez de esto trabajemos duro.
Acabemos de una vez con la única crisis amenazadora que es la tragedia de no querer luchar por superarla. Depende en gran medida de nuestra voluntad y de nuestro talento estar en la lista de los supervivientes”.
VARA Y CAYADO
Necesitamos pensar positivamente, con rigor, emprender sin temor, con alegría, mirar hacia arriba, fortalecernos en lo intelectual, espiritual, religioso y sobretodo forjar una férrea voluntad para adherirnos a las mejores actitudes que de ella emanan.
Los temores contemporáneos se originan en el abandono de Dios, pues sin Él toda maldad y desaliento son posibles. Hemos extraviado su vara y su cayado, razón por la cual carecemos de aliento, por eso andamos desesperanzados y no por estos tiempos “difíciles” que bien nos sirven de excusa para no hacer lo que debemos emprender. Para no comprometernos moralmente con la existencia.
Lo que queda es dejar de llorar. Lo propio es establecer nuevas formas de vivir: enfocados en crear valor como lo hacía el padre del universitario antes de caer en la tragedia que causa toda imprudencia. Congruentes con los contextos actuales, conscientes de la desigualdad y pobreza que privan en México y en el mundo entero para actuar en consecuencia.
Lo inteligente sería cambiar en estos tiempos de creencias líquidas a paradigmas sólidos que sirvan de aliento y esperanza, teniendo presente lo que Sabato apuntó: “a la vida le basta el espacio de una grieta para renacer, porque las personas sabemos hacer de los obstáculos nuevos caminos”.
Programa emprendedor
Tec de Monterrey Campus Saltillo cgutierrez@tec.mx