Hillary no viene, ¿qué ganamos entonces?
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¿qué ganamos como país con el hecho de que nuestro Presidente se reuniera con un candidato que se ha dedicado a insultarnos?
De acuerdo con información difundida ayer por la cadena estadounidense de televisión ABC, la candidata demócrata a la Presidencia de los Estados Unidos, Hillary Clinton, ha declinado la invitación que le hiciera el presidente Enrique Peña Nieto para reunirse con él antes de la celebración de las elecciones presidenciales en el vecino país.
“Seguiré centrándome en lo que estamos haciendo para crear empleo en casa, en lo que estamos haciendo para asegurarnos de que los americanos tengan las mejores oportunidades en el futuro”, habría dicho la ex primera dama estadounidense al periodista David Muir.
La negativa de la candidata demócrata a reunirse con el Presidente de nuestro País deja las cosas tal como estaban, es decir, con la idea —cada día más compartida por muchos— de que haberse inmiscuido en la campaña presidencial del vecino país ha sido una mala idea y que el encuentro con Donald Trump acaso haya servido solamente para darle un “empujón” a su campaña.
La pregunta está pues, más viva que nunca: ¿qué ganamos como país con el hecho de que nuestro Presidente se reuniera con un candidato que se ha dedicado a insultarnos, a convertirnos en un estereotipo y a señalar machaconamente que uno de los proyectos fundamentales de su eventual mandato será la construcción de un muro en la frontera con México por el cual tendremos que pagar nosotros?
Desde el primer día, cuando nos enteramos con azoro de la visita de Trump a la capital de la República, pocos o nadie consideró que se tratara de una buena idea. La misma noche del miércoles pasado, cuando el republicano volvió a arremeter contra México, la posición fue virtualmente unánime.
Quedaba, sin embargo, la posibilidad de que el asunto terminara siendo una buena idea, si la visita de Hillary Clinton era aprovechada por su equipo de campaña para proyectar a los votantes estadounidenses “la otra cara de la moneda”, es decir, el otro ángulo de la relación posible -y deseable- con un vecino con el cual se comparten más de tres mil kilómetros de frontera.
Por alguna razón que no ha sido revelada, los estrategas de campaña de la demócrata no consideran oportuno que ella venga a nuestro país y se reúna con el presidente Peña Nieto después de que lo ha hecho su rival. Sus cálculos habrán realizado.
A nosotros, más allá de la posibilidad de especular por qué se ha rechazado la invitación, lo que nos queda es analizar el saldo de este episodio atípico de la política nacional.
Porque si algo está claro, es que las elecciones estadounidenses deben resolverlas los ciudadanos de ese país, pero que la forma en la cual nos afecta a los mexicanos el resultado obliga siempre a considerar si no debiéramos tratar de “influir” de alguna manera en éste. La campaña de 2016 podría quedar marcada en la historia como la ocasión en la cual se intentó algo… con los peores resultados posibles.