Más automóviles en Saltillo
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Desperdigados entre la información que los historiadores consideran invaluables para su labor, aparecen otros datos aparentemente sin importancia alguna, pero que si se les sitúa dentro de un contexto pueden enriquecer la historia de la vida cotidiana en una ciudad, a la que dan carácter y personalidad los pequeños sucesos y sus protagonistas. Tomo datos de una y otra crónica de Saltillo para continuar el tema de los automóviles, actualmente uno de sus aspectos más agobiantes.
Una fotografía de la década de 1920 muestra un vehículo parecido a una vagoneta con una puerta para abordar, seguida de una hilera de tres ventanillas que hacen pensar que en su interior llevaría tres filas de asientos. Con dicho vehículo comenzó el servicio de transporte público de pasajeros en autobús motorizado, pues años atrás se había dado el servicio hasta en tranvías jalados por mulitas.
Don Óscar Flores Tapia, gobernador de Coahuila en los setenta, confiesa en su libro “Herodes” que tuvo su primer trabajo a los 14 o 15 años, contratado como agente de tránsito: “trepado en un cajón en el crucero de Allende y Aldama, dando paso a coches, burros, bicicletas y uno que otro automóvil”. En esa época de los treinta se llamaba “coches” a los tirados por mulas o caballos, y al parecer eran más numerosos que los automotores. Dice el exgobernador que frecuentemente debía multar a don Jesús Talamás, dueño de la zapatería La Valenciana, porque infringiendo todas las reglas su chofer dejaba estacionado en la de Allende frente a la puerta del negocio el automóvil convertible marca Auburn del patrón. En esa década ya existía en Saltillo una agencia Ford, de don Adelaido López, que tenía su despacho en la calle de Allende, y atrás, en la calle de Morelos, el almacén.
Por el año de 1933, el gobernador Nazario Ortiz Garza decidió construir un nuevo edificio para el Ateneo Fuente en lo que ahora es la confluencia del bulevar Venustiano Carranza y la avenida Universidad, entonces completamente despoblado. La sociedad saltillense puso el grito en el cielo por la distancia que habría de recorrerse para llegar a la ya gloriosa escuela, diciendo que estaría más cerca de Monterrey que de Saltillo. Eran famosos los medios de transporte que usaban los maestros para llegar al viejo edificio frente a la plaza de San Francisco a impartir sus clases. En los inicios de la escuela era muy admirado el transporte del general don Victoriano Cepeda, pues siendo gobernador del estado se trasladaba montado a caballo del Palacio de Gobierno al plantel, donde enseñaba matemáticas. En los años treinta era muy conocido el coche del doctor Antonio María Zertuche, estacionado frente a la puerta del antiguo Ateneo. Tiraba de él un viejo y flaco caballo al que los estudiantes le habían puesto “El cuatro vientos”, porque apenas podía jalarlo por el excesivo peso del maestro de inglés y francés, siempre elegantemente vestido con traje y sombrero negro, luciendo leontina dorada y reloj Omega y enjoyadas sus manos regordetas. Al decir de algún estudiante de la época, el doctor Zertuche siguió llegando al nuevo edificio del Ateneo en su mismo viejo coche tirado por el mismo flaco corcel, mientras otros maestros cambiaron sus vehículos, como el afamado jurista don Severiano García, quien llegaba al edificio en un flamante Chevrolet, pero que no subía más de 10 kilómetros por hora.
En tiempos del viejo Ateneo, el Chato Severiano llegaba en un “Fordcito modelo T”, de los que tenían una manivela en la parte frontal para darle vueltas y echarlo a andar cuando se descargaba el alternador. Cuentan que un día, camino a Arteaga, se apagó el motor. El chofer le dijo al maestro que no podía seguir porque se había quedado sin gasolina, y éste le cuestionó: “¿Y luego la cuerda para qué sirve?”.