Mirador 02/05/2016
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“… Cantando la cigarra pasó el verano entero…”.
La hormiga, en cambio, trabajó arduamente para llenar sus graneros.
Cuando vino el invierno la cigarra no tuvo qué comer.
La hormiga, por su parte, había leído la fábula, y sabía que su deber era dejar que la cigarra muriera de hambre. Eso serviría de ejemplo para evitar la holganza.
Pero la hormiga era compasiva, y sabía que una vida vale más que una moraleja. Acogió entonces a la cigarra y la alimentó. La cigarra, agradecida, le regaló sus canciones.
Pasó el tiempo y las dos murieron, viejecitas.
En el Cielo la hormiga sigue trabajando —así alaba al Señor—, y la cigarra canta como solista en el coro de los ángeles. Dios sonríe. Él gusta lo mismo del trabajo que de la canción.
¡Hasta mañana!...