Nuevas crónicas pandémicas. Aquel gobernador de ingrata memoria
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Me da gusto observar que, rumbo a la nueva normalidad, mis coterráneos no han experimentado grandes dificultades para adaptarse. La adaptabilidad, como bien sabemos, es directamente proporcional a las posibilidades de supervivencia. La Selección Natural no se trata del más fuerte, ni del más rápido o el más gandalla (aunque ayuda). Es una cuestión de adaptación.
Adaptarse es vivir y, dado que ésta es la tierra del “o te aclimatas o te ‘acli-chingas’”, los mexicanos encabezamos las quinielas en esta loca, loca carrera por la supervivencia, junto a las cucarachas (aunque en caso de empate, ellas despliegan su scrander, salen volando y nosotros huyendo).
Pero de que estamos en el grupo de los favoritos, sin duda. Evidencia de lo que digo la veo a diario, por ejemplo en los supermercados, donde se nos ha prohibido ingresar en grupos de más de una persona.
No obstante la naturaleza determina que el macho de nuestra especie es virtualmente inútil para surtir la despensa a conformidad de la hembra con la que se aparea. Ésta tiene que escoltarlo por los pasillos del súper sí o sí, para cerciorarse de que su compañero no compre puras pendejadas. De lo contrario, lo hará regresar una y otra vez a devolver lo adquirido y así hasta caer la noche, lo que los dejaría a merced de algún predador en el estacionamiento, poniendo a toda la especie en peligro de extinción.
Yo sé que en otras latitudes, dócilmente los consumidores se resignarán y acatarán las disposiciones, por mucho que ello pueda significar su masiva desaparición del reino animal. Pero nosotros, ¡qué va!, poseedores de un talento innato para fingir demencia (exclusivo del homo-ñeris), los mexicanos pasamos en la entrada haciéndonos los completos desconocidos y mantenemos la farsa hasta la mitad del pasillo de las verduras.
Así burlamos la celosa vigilancia de nuestro enemigo natural, el guardia viejito de la entrada que toma la temperatura, quien muy confundido observa cómo los especímenes ingresan en solitario y salen de la tienda ya en manadas perfectamente organizadas.
Esto es, señoras y señores, la naturaleza abriéndose paso ante la adversidad y atestiguarlo es uno de los más hermosos regalos que nos puede ofrecer (suena el tema de “Jurassic Park”).
Por la genética que comparto con esta raza tan indómita, dúctil y resilente, ¡gracias, San Darwin, Santo Varón del Origen de las Especies!
¿Será realmente necesario que esta raza de bronce haga alarde de todos estos mecanismos de supervivencia? ¿En verdad lo amerita la gravedad de la situación? Tal y como señalábamos al cierre de la pasada entrega, de acuerdo con datos de la OMS (WHO para los whitexicans), cada año las enfermedades respiratorias se cargan a unas 650 mil personas (iba a decir “cristianos”, pero en realidad se carga más budistas, luego hindúes, musulmanes y finalmente católicos y sucursales. ¡Punto para Yisus!).
Son 650 mil calacas anuales en el mundo por enfermedades respiratorias (entre gripas, influenzas y alergias muy, muy cabronas) y la vida en el mundo sigue tan normal; mientras que el COVID-19 ni siquiera ha empatado dicha cifra y con cerca de medio melón (500 mil defunciones) ya paralizó la economía, la vida social como la conocemos y sobre todo –¡maldita sea!– los concierto de rock.
Y como también he venido ya machacando: sin poner en duda su existencia o potencial letalidad, y así se cargue conmigo el Corona-Payaso, mientras el Sars-CoV-2-19 se mantenga por debajo del promedio anual de defunciones por enfermedades respiratorias, seguiré pensando que toda la parálisis social y económica alrededor del mundo fue injustificada, absurda y quizás alevosamente premeditada.
Empero, no del todo absurda para nuestros gobiernos, que encuentran en la pandemia la excusa perfecta para dejar de hacer, hacer como que hacen y hacerse pendejos; el combo completo dentro de una misma cajita feliz, que más que cajita es un petate y más que feliz es del muerto.
Ejemplos en corto podría ofrecerle una docena. Pero me limitaré sólo a mencionar lo referente a la extradición y confesión del exgobernador Jorge Torres López, primer coahuilense en ponerse en cuarentena, pues él solito guardó reclusión desde hace dos o tres años que lo buscaba la DEA, hasta ser detenido por la justicia mexicana que lo puso a disposición de su homóloga gringa, ante la cual recién confesó ser un criminal que lavó, enjuagó y secó dinero del erario estatal en el vecino país.
Sin embargo, aun con la confesión de Torres López, no se explica la magnitud del boquete hecho a las finanzas estatales, pero entre éste y Javier Villarreal Hernández, ya serían dos hombres clave implicados en el megadesvío, ambos colocados por un Humberto Moreira totalmente ignorante de la deshonestidad de sus subalternos de confianza y ajeno a sus fechorías. ¡Claro, totalmente ignorante… Inocente también, por qué no!
No obstante nuestro gobernador, Miguel Riquelme, apenas y dijo alguna vaguedad al respecto: “Vamos a solicitar un informe sobre… los… alcances de la acusación… para que… con estos… quizás… un buen día…”. ¡Pero nada! Ningún pronunciamiento categórico sobre el criminal ejercicio de Torres López en el cargo que hoy ocupa el señor Riquelme. Como si no le interesara saber, aunque más bien lo que le interesa es que no sepamos.
Total, mientras esa sospechosa pandemia sea urgencia mundial, tienen con qué excusar las prioridades de su agenda y sin darnos siquiera la cara.
Ya ve: ¡Bendita sea nuestra capacidad para adaptarnos a todo!