Rapunzel y otros síndromes 1/2
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TEMAS
Gracias por leerme. Agradezco siempre que usted atienda estas letras. No pocos comentarios he cosechado, no pocos comentarios cosechó el texto “El síndrome de Rapunzel” publicado en días pasados en este espacio generoso de VANGUARDIA. Pero también, no pocos lectores se han comunicado o bien, al toparme en cualquier merendero local, en los restaurantes en la fila de las tortillas o de plano, en el bar o taberna con afán de refrescarnos del agobiante calor el cual ya se hizo presente con inusual fiereza y en pleno invierno, me han comentado de va ríos tópicos a saber: me comentan que pues sí, esto de seguir escribiendo y desplumar la política tanto local como nacional, es tarea de nunca acabar y es importante, pero más importante, me han espetado, es abordar otros temas como lo es precisamente, la cuestión social (el terrible clima de muertes de niños y jóvenes, el suicidio hacia la alza de los mismos niños y jóvenes, los embarazos de niñas de los cuales ya hace un buen tiempo fui el primero en alertar, el caos urbano y los accidentes de muerte de tráfico…) y muchos lectores me han recordado que extrañan mis textos, mis crónicas donde se pulsa la verdadera vida “real”, digamos, es decir, mis andanzas en los famosos “tables dance”, cabarets salones de baile y en fin, todo eso que rodea la vida nocturna en Monterrey.
Agradezco todos los comentarios que me han llegado y les doy la razón. La política no cambia. Jamás va a cambiar. No en este mundo. No en este lado del mundo. Cambian los protagonistas, pero no los problemas. De hecho, los problemas mutan, crecen y se apiñan en las calles, pero no hay soluciones que alcancen. Pero, como es mi trabajo, trato de clarificarlo y pues sí, muy a mi pesar voy a seguir abordándolo y seguir escribiendo de ello. Pronto le presentaré aquí un par de textos, un par de crónicas de un buen lugar de Monterrey donde la vida no vale nada y uno deja la oreja, como Vincent Van Gogh, en manos de ladys. Oreja, billetera, mano, dedos, o la vida misma, uno deja todo eso por las ladys que aquí, son diosas coronadas y pasan con aires de que el mundo no las merece. De megainfarto las señoritas. A una de ellas, de la cual estoy estúpidamente enamorado, le espeté la última vez un viejo verso de Gustavo Adolfo Bécquer: “Si tu me dices ven, yo lo dejo todo”. Luego le contaré de su respuesta.
Le decía de que varios lectores me pidieron abonar más letras al texto “El síndrome de Rapunzel”, publicado en días pasados en este espacio, donde abordamos el terrible caso de la niña de apenas 15 años, de Monclova, Katia Jatziri Delgado, quien falleció por tricofagia. Es decir, la niña se comía su cabello, por lo cual su intestino estaba tapado literalmente y claro, su estómago. La niña pesaba apenas 20 kilos. Años tenía haciéndolo para terminar como terminó. Un dolor inmenso sin duda para su familia.
ESQUINA-BAJAN
Y entramos de lleno. Hay enfermedades raras. Manías, yerros, hábitos, errores humanos y médicos, todo se junta de repente. Comerse las uñas, comerse el cabello, miedo a cruzar una calle (agorafobia, así murió el filósofo Karl Kraus, por cruzar una calle. Fue atropellado por una bicicleta); miedo a las arañas (aracnofobia); miedo a estar encerrado en un elevador (claustrofobia)… las variantes no tienen fin, como diversos somos los seres humanos. En mis archivos, hoy voy descubriendo de un síndrome tan extraño, como perturbador y literario es. Pero eso de literario es un eufemismo. Lo literario no quita… la muerte. Así de sencillo. Su enfermedad fue tan rara, que no tenían nombre para ella. Dos neurólogos anglosajones la bautizaron entonces como Locked-in Syndrome. Síndrome de los encerrados en sí mismo.
Hacia la década de los noventa del siglo pasado, al periodista y editor francés, Jean-Dominique Bauby le dio una enfermedad rara, extraña. Insisto, de tan extraña la enfermedad, pues no había nombre para ella. Una especie de apoplejía que le paralizó casi todo el cuerpo... excepto su ojo izquierdo. Así escribió su libro póstumo que fue llevado al cine: “La Escafandra y la Mariposa”. La cinta fue dirigida por el también pintor Julian Schnabel, película basada en el libro que escribió Bauby desde su lecho de la habitación 119 del Hospital Berck Maritime, en un año y dos meses. Y literalmente lo escribió letra por letra mediante guiños de su ojo izquierdo, con el cual escogía con un amanuense la letra respectiva para así construir palabras, frases, oraciones, párrafos, capítulos, que se convertirían en su obra póstuma, la cual lo llevaría paradójicamente a la eternidad.
El texto se publicó en 1997, se tradujo a varios idiomas y resultó un éxito de ventas; luego se volvería aún más célebre, cuando Schnabel, pintor de fama mundial, la filmó. Cuando salió a la luz pública el volumen, agotó en ese día su edición: 25 mil ejemplares. Días después, apenas días después, su autor moría. Las crónicas periodísticas de la época cuentan que Jean-Dominique Bauby luego de estar varios días en coma, originado lo anterior por un accidente vascular y traumatismo, se “despertó” un día sin poder mover el 99.9 por ciento de su cuerpo. Sólo podía mover el párpado izquierdo y un poco, el cuello. Una ortofonista le enseñó un alfabeto ordenado por la frecuencia de la aparición de las letras. Lo repetía y el periodista parpadeaba en la letra deseada. Un guiño de ojo servía para un “Sí”, dos guiños era un “No”.
LETRAS MINÚSCULAS
Así escribió “La Escafandra y la Mariposa”, durante un año y dos meses en que lo “dictó” a un amanuense que tomaba lo “dicho” por su ojo izquierdo... Uf!