Sana, Torreón, sana (1)

Politicón
/ 24 enero 2020
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El pasado 10 enero, vivimos una tragedia en el Colegio Cervantes. La psique colectiva de Torreón entró en “shock” e inició un proceso de catarsis mezclada de culpa y responsabilidad compartida.

Conforme pasaron los días surgieron explicaciones legales, policiales y psicológicas sobre el entorno del menor,  responsable visible de dicha tragedia. Ese entorno estaba garabateado cual secuela siniestra por la violencia criminal ocurrida de 2007 a 2014 en Torreón.

De repente, esa psique colectiva torreonense entró en un estado de negación, ansiedad y miedo fusionados a sus propias vivencias -personales y familiares- padecidas durante ese período de tiempo. Y empezó a suprimir su dolor hecho duelo inacabado y, por ende, no resuelto. Para sentirse, de nuevo, de manera paradójica, adormecida pero enojada; aislada pero conectada a una comunidad incapaz de crear futuros de significado compartidos.

La hipótesis es una: la violencia criminal vivida de 2007 a 2014 nos tocó a todos. Penetró y traspasó las fibras más íntimas de nuestra comunidad. Laceró nuestras almas. Victimizó nuestras inteligencias. Pulverizó nuestra vitalidad. Y todavía no nos reconstruimos a pesar de las buenas intenciones de tantos.

Antes que sanar esa psique colectiva; columna vertebral de nuestra historia y nuestro orgullo torreonenses, preferimos distraernos en proyectos como el Estado de La Laguna o la Metrópoli Laguna. Cómo si ellos fueran a resolver ese duelo profundo, doloroso e inconcluso que arrastramos de manera cotidiana. El suceso del Colegio Cervantes es un recordatorio de esa tarea pendiente que hemos enterrado por el temor de replicar en nuestras almas el terror vivido.

Empero, no enfrentar ese trauma post violencia y resolverlo, significa mayor apatía cívico-ciudadana, menor productividad económica, degradación del medio ambiente, dificultades para comunicarnos entre sí, falta de empatía y tolerancia con el otro, desconfianza, pensamiento polarizante y alto consumo de medicamentos para la angustia y el estrés.

No enfrentar ese trauma post-violencia finalizado en 2014, implica no sanar como comunidad.

Significa dejar que nuestras autoridades administren el impacto telúrico de la tragedia ocurrida en el Colegio Cervantes para diluirlo. En lugar de tomarlo nosotros como punto de partida para reflexionar y superar el sentido de pérdida producido por la violencia criminal de 2007 a 2014. Porque el pasado no está muerto; ni siquiera es pasado, escribía William Faulkner.

Simboliza, también, que nuestra memoria no profundice en saber qué, cómo y porqué ocurrió esa violencia y cómo nos afectó en nuestra psique colectiva e individual para permanecer en el limbo del dolor adormecido e inconcluso.

Peor aún, seguir en negación respecto a ese trauma colectivo nos impide como ciudadanos exigir a las autoridades la garantías de no repetición de esos hechos y de reparación como víctimas de lo padecido.

(Continuará)

@Canekvin

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