Tierra, trabajo y techo
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Hay una historia, una raza, una cultura, un idioma, una fe, y también una tierra.
Todo un subcontinente tiene ese denominador común de las raíces indo-ibéricas del mestizaje. La tierra ha tenido los primeros pobladores aborígenes. La influencia poderosa hispano portuguesa dejó las dos lenguas de raigambre latina: portugués y castellano. De ahí ha brotado lo que se ha llamado portuñol para significar la fusión, cómoda y un poco arbitraria, de ambas lenguas, con el resultado de una pronunciación facilitadora. Se logra así un instrumento común inteligible para todas las naciones vecinas.
Tierra de migrantes ha sido Uruguay, compartiendo su tierra con familias alemanas. Lo ha sido también Argentina con la emigración italiana. Conociendo la capacidad e inteligencia nipona para el trabajo, Brasil ha dejado puertas abiertas para la emigración japonesa. En el Caribe, con la presencia de los africanos emigrados, se han dado todos los matrices de la negritud, incluyendo el más numeroso de los mulatos.
México ha recibido refugiados de muchos países y su cultura se ha enriquecido con arte, literatura e industria multinacional. En las grandes crisis sociales, políticas y económicas las fronteras han sido acogedoras para toda la comunidad latinoamericana.
En esta última oleada multitudinaria centroamericana, principalmente hondureña, se prevé que no pocos puedan tener tierra donde asentarse y trabajo para subsistir en esa perplejidad entre el avance hacia el norte y el retroceso hacia su patria, si hay mejores condiciones. Tierra y trabajo. Y claro, también techo. Primero en albergues comunitarios pero poco a poco en asentamientos mejor instalados para una sana vida familiar.
Los nativos y los recién llegados podrán ser incorporados a las grandes tareas transformadoras del sureste. Y así las tres T podrán ser alcanzadas, la de la tierra, la del trabajo y la del techo, quizá en forma provisional y transitoria para los que llegaron y con más estabilidad para los trabajadores nacionales, en el dinamismo de un bienestar progresivo.
Las miradas críticas construyen especulaciones de futuros prósperos o de proyectos fallidos. Esperanza y escepticismo se encuentran, se tocan y saltan chispas. Es natural. Es sintomático y puede ser benéfico para evitar triunfalismos idealizados o derrotismos oscurecidos. El futuro transporte aéreo apoyado en muestreo de algunos municipios y las vías de ferrocarril rápido en la selva maya (que, por cierto, ya incluye el tren bala sugerido entre regios y saltillenses acá en el norte) parecen ser objeto de rebatiña con enrredijos de pros y contras.
Esperemos que los fríos de diciembre traigan claridad para una Navidad en que empiecen a llegar sorpresas esperanzadas para todos...