Un libro de Saltillo
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El libro “Perfiles del Saltillo”, de Miguel Alessio Robles, se publicó por primera vez en 1933. Pocos años después, en 1937, salió una segunda edición notablemente aumentada por su autor en varios capítulos. En 80 años no ha vuelto a editarse.
Es una lástima que los libros que narran la historia cotidiana de nuestra ciudad en determinado periodo, como éste de principios del Siglo 20, con mención de personajes y familias de entonces, sus actividades y costumbres, queden rezagados por privilegiar las historias grandiosas con grandiosos protagonistas.
El profundo interés con el que don Miguel interpretó con sensibilidad el paisaje y las gentes de su ciudad, los asuntos ordinarios de su apacible vida cotidiana y los hechos extraordinarios que la agitaron, se encuentra en varios de sus libros, pero principalmente en “Perfiles del Saltillo”.
Una vez que terminó su educación preparatoria en el Ateneo Fuente, Miguel Alessio fue a estudiar Jurisprudencia a la capital del País y allá se quedó. Casi 30 años después, su prodigiosa memoria encuentra los recuerdos que había guardado en el cajón de la adolescencia y los vuelve remedio eficaz para curar su nostalgia, escribiendo sobre el Saltillo que nunca olvidó, el de sus años mozos. Lejos del terruño, entre el estruendo revolucionario que sacudió su vida, encontró los aromas de las arcas domésticas que aún conservaban el olor a fruta, los amigos con los que despertó a la vida, los recuerdos de la bíblica muchacha que le rompió el corazón, la presencia de sus amados maestros y la casta intimidad de una familia saltillense de su época.
Su fina prosa, ajustada al molde retórico de su tiempo, se llena de significados simbólicos: la vocación por el trabajo, el amor maternal, las virtudes y la serena dulzura del hogar, la belleza femenina, el sentimiento religioso, la cultura y la tranquilidad de la vida provincial. En la atmósfera particular de sus preferencias, ocupan lugar especial el viejo Ateneo y la placita de San Francisco, los pintorescos alrededores de Saltillo donde iba de paseo con los amigos, por el rumbo del Cerro del Pueblo, la Huilota, el Fortín de Carlota y los Pilares; las excursiones veraniegas a las huertas del pueblo, los baños de Altamira, la Penquita y San Lorenzo, y hace sentir el frío de las aguas heladas, “capaces de entumecer y congelar a un oso polar”. De aquellas excursiones regresaban ahítos, del baño y de la fruta que recogían en las huertas. Recuerda el barrio de Landín, el Molino de Belén, las Cuevas y el famoso merendero de doña Chona, a quien escuchaban, con la boca abierta, repetir las conversaciones de don Benito Juárez y don Guillermo Prieto cuando merendaban ahí, durante la larga estancia del presidente en Saltillo.
En “Perfiles del Saltillo”, Miguel inventa el personaje de don Baldomero para recrear sus propios recuerdos sin renunciar al humor. Cuenta que había un profesor de piano y violín, que “por andarse agarrando de donde no debía” en las aperturas de las serenatas y las fiestas religiosas, “estaba acribillado a alfilerazos” propinados por las recatadas damas saltillenses. Recuerda al malhablado de don Teófilo Martínez, “incrédulo y renegado como un Lucifer”, y cuenta que corría a los protestantes que iban a hacer propaganda a su hacienda, porque, decía, “si mis peones, creyendo en el infierno me roban y me arruinan, el día que no crean en él, me quitan hasta los calzones”.
Una reedición de “Perfiles del Saltillo” permitiría a los lectores encontrar en los recuerdos del autor los nombres y las anécdotas de sus propios antepasados, y con su lectura, recuperar para la memoria los paisajes saltillenses ya desaparecidos por la mancha urbana.