VOLVER A LAS OLLAS DE EGIPTO
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El Quijote I, 22
Don Quijote libera una cuerda de galeotes, que eran “hasta doce hombres” presos del rey que los llevaban donde no quisieran ir. El caballero andante les pide que en agradecimiento por la obtención de su libertad vayan y se presenten ante la señora Dulcinea del Toboso y le digan que él, don Quijote, los ha puesto en la deseada libertad.
Uno de esos galeotes, el gran bellaco Ginés de Pasamonte, con sentido común le dice que “es imposible de toda imposibilidad” atender su indicación pues al ir los doce liberados pronto serían vueltos a aprehender por la Santa Hermandad, que sin duda ya los andaría buscando.
Le sugiere Pasamonte que mejor les cambie “ese servicio y montazgo de la señora Dulcinea del Toboso en alguna cantidad de avemarías y credos, que nosotros diremos por la intervención de vuestra merced… pero pensar que hemos de VOLVER ahora A LAS OLLAS DE EGIPTO, digo, a tomar nuestra cadena, y a ponernos en camino del Toboso, es pensar que es ahora de noche, que aún son las diez del día”.
La referencia que hace Ginés de Pasamonte a las “ollas de Egipto” está tomada del libro del Éxodo, cuando los israelitas cansados de andar por el desierto sin tener qué comer, le reclaman a Moisés haberlos sacado de la tierra de Egipto, donde al menos tenían “las ollas de las carnes y comían el pan en hartura” (Ex 16, 13).
La frase “volver a las ollas de Egipto”, tomada del Éxodo, se aplica a situaciones en las que se prefiere vivir en comodidad aunque en condiciones poco dignas, que enfrentar los riesgos con honor y decoro.
En otro pasaje de la genial novela Cervantes hace nueva referencia a las “ollas de Egipto”. Es cuando Sancho se lamenta perderse el gran banquete preparado con motivo de la boda del rico Camacho con la hermosa Quiteria, quien termina casándose con Basilio el pobre, que es el de la simpatía de don Quijote.
Entonces Sancho “asendereado y triste siguió a su señor, que con la cuadrilla de Basilio iba, y así se dejó atrás las ollas de Egipto, aunque las llevaba en el alma” (II, 21).