Regresar a lo básico (2)
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Este mundo ya no es mi mundo. Lo disfruto aún en ocasiones. Pero ya no es mi mundo. La verdad, tengo nostalgia y tristeza por el mundo ya perdido. Va uno a cualquier restaurante y me he topado con lo siguiente: jóvenes ensimismados en sus “celulares inteligentes” (lo que eso signifique), ya no “chateando” o mandando fruslerías o memes, no; ahora al parecer, lo de hoy es interactuar entre ellos en “tiempo real” en juegos bélicos ya muy sofisticados.
Voy a transcribir el diálogo de dos señoritas las cuales estaban codo con codo, como avestruces, picadas en la pantalla plana de sus celulares mientras jugaban este tipo de juegos que ahora, son motivo de millones de dólares. El diálogo, o bueno, el intercambio de frases entre ellas es real y lo fui apuntando en mi libreta mientras se desarrollaba o avanzaba el juego entre ellas: “Pendeja, te dije que allí había una bomba. Atrás del baúl...” “Es que estoy bien puñetas, ¡ah! Mira, ya me mataron de nuevo, Alicia...” “Si serás pendeja estúpida, te mando una vida, pero tienes que matarlos a todos...” “¡Ay! Ya pude, les partí la verga a esos...”
Eran dos mozuelas. Bellas, maquilladas; sin duda, universitarias. Acodadas en su mesa, tenían como bebidas dos café descafeinados, sin azúcar... sin vida. Ni su café ni ellas. ¿Qué es la educación? Antes sin duda era algo sencillo: una transmisión de conocimientos de algo que merecía ser conservado. ¿Qué les han heredado a este par de mozuelas; ellas así en plena “formación” qué van a heredar sus hijos, a sus vecinos, a su familia? Lo dijo Fernando Savater, hay un eclipse actual del valor de la familia como unidad educativa.
Por esto y no otra cosa, señor lector, es urgente volver a lo básico: platicar con los hijos, enseñar doctrinas, criterios, valores. Enseñar lo que es el respeto, la honradez, la moral, la ética. Leer en voz alta, hacer tertulia diario cuando todos llegan de sus labores y están reunidos. Compartir las labores del hogar... sí, todo aquello ya perdido pero que en su momento a mi generación nos formó y según yo, para bien.
Ha pasado Semana Santa y siempre se ponen de moda los siete pecados capitales. Pecados capitales inventados por un poeta, Dante Alighieri, como todo en la vida y no por dios alguno. Según usted y yo ya lo vimos. ¿Cuáles son los suyos señor lector? Usted lo sabe, yo padezco varios. Sin duda la soberbia (me creo la última Coca-Cola en el desierto, en fin. Todo porque estoy guapo, visto elegante y soy harto inteligente. Siempre caigo en él. Puf. Pido disculpas).
Padezco también el de la pereza (pero bueno, como soy intelectual, pues me tardó mucho en pensar. En fin). Uno el cual me atosiga, pero lo tengo controlado pro el momento: la lujuria. Y un pecado capital el cual no padezco, pero lo he mutado por otro más peligroso y letal: la gula lo trocamos por el maldito alcoholismo. Y sí, todos mis escritores favoritos han sido alcohólicos. Han muerto con un vaso de jaibol en la mano, para decirlo elegantemente. La lista es larga, van algunos nombres. Hombres y mujeres por igual: Clarice Lispector. Edgar Allan Poe; ni se diga mi adorado Francis Scott Fitzgerald, Malcom Lowry, Juan Carlos Onetti...
Esquina-bajan
Y usted conoce las palabras de Edgar Allan Poe en su celebérrimo cuento, “El gato negro”: “¿Qué enfermedad se puede comparar con el alcohol?” Ninguna. Muerto él mismo luego de una parranda de antología, aunque los diversos biógrafos no se ponen de acuerdo en este aspecto. Algunos dicen y mantienen la tesis de que el autor de “El cuervo” más bien bebía poco, pero era suficiente para estar embotado. Otros dicen que sí, su ingesta de alcohol era abundante. Lo bien cierto es que cuando muere, sólo un par de gentes fueron a su entierro. Murió en la miseria y tendido en la calle. Y hoy, la literatura norteamericana no se entiende sin él. Lo bien, la literatura mundial.
Punto uno: lo anterior viene a cuento por las terribles muertes de niños y jóvenes que se han alcoholizado pues sí, hasta morir. Traen bólidos en sus manos y no van manejando, van ebrios y dormidos. Por lo anterior, no sólo ellos, los niños y adolescentes bebedores, sino todo adulto bebedor necesita que la autoridad los cuide (como menores de edad que son, pues). Las multas son cuantiosas: 19 mil 244 pesos por manejar en ebriedad completa. 9 mil 522 pesos por ir a “medios chiles”, como se dice coloquialmente.
Punto dos: el Alcalde de Saltillo, José María Fraustro Siller, “Súper Chemota”, ha tenido razón al alertar de dicha problemática social y de salud: “Cualquier cosa de estas (las multas) es menor a que perdamos vidas de los jóvenes. Hago un llamado para que nos juntemos y hagamos las cosas bien. Creo que podemos divertirnos sanamente sin llegar a los extremos”. Las muertes y accidentes siguen al día de hoy.
Punto tres: el alcohol es terrible, todos lo sabemos (y yo lo padezco, pues), pero ahora y en México, se ha pasado de ser productores de droga a consumidores. Grave la cosa. En días pasados (23 de marzo) un joven de apenas 22 años, Javier Eduardo “N”, quien había consumido “cristal” y tenía antecedentes de serios problemas de drogas en general, mató a su padre de un hachazo. Luego, se suicidó. En fin, lo repito: 22 años.
Letras minúsculas
¿Qué hacer? Volver a lo básico: orden, disciplina, respeto.